miércoles, 14 de mayo de 2014

El Taller de Don “X”. Un Laboratorio perverso e infernal que pone felices a miles de mujeres.


tallerDespués de un año sabático, sentado en mi gran sillón adornado con marfil obtenido del mercado negro africano, disfruto de un habano mientras contemplo mi águila real disecada que majestuosa reposa sobre mi escritorio de caoba senegalés.

Reflexiono entonces sobre las pequeñas debilidades que a los héroes de guerra como yo, se transforman en un verdadero talón de Aquiles y es aquí donde observo que los que hemos pasado por el calor de las balas, las explosiones, el gas mostaza y las trampas caza bobos, de pronto nos vemos comprometidos por la insignificancia de un objeto de dudosa masculinidad.

Reparar el wínchester con restos de alambre, un RPG con la llave abrelatas sobrante de una viandada, hacer andar un motor para la huida con 3 clips robado de una oficina ha sido tarea de pavos. Pero nada fue tan traumático y tedioso como el desperfecto técnico que termino por anular a la lustra aspiradora de mi mujer.

Si ustedes pensaban que no existe nada mas furioso que un vietcong luego de una pasada con napalm, o un ruso en plena guerra fría, se equivocan.

Una mujer, un piso de parquet y una lustra aspiradora inutilizada por “x” motivo es una combinación tan peligrosa y letal como un litro de nitroglicerina dentro de una batidora.

Y he aquí donde aparece ese personaje que hace que todo héroe, sienta odio, miedo y rechazo. Sí, mis palabras son ásperas como el granito, mi expresión agria como el acíbar, y no persigo la popularidad ni la simpatía. Pero este sujeto de estatura mediana, crespo, de mirada profunda y silenciosa, que emplea las artimañas de un arte único y supremo basado en conocimientos secretos, herencia de una profesión que fue pasando de generación a generación,  se encarga de la reparación de estos electrodomésticos, haciendo que toda ama de casa explote de felicidad mientras disfruta del monopólico imperio de la reparación espontanea de objetos de suma necesidad femenina. Me refiero al Arreglador de Electrodomésticos a quien llamaremos Don “X”.

Lo podemos encontrar en su especie de Hospital de Artículos del Hogar, ubicado en calle Lamadrid entre Belgrano y Alvear, cuando uno entra allí, se puede sentir el mismísimo olor a muerte. Grasa vieja, algo de estaño, polvo, humedad mezclada silicio, sulfato, azufre y zinc y muchos otros elementos de la tabla periódica. Rodeado de restos inmóviles de planchas destruidas, manijas de aspiradoras, secadores de pelos a medio armar, cables, muchos cables, paletas, ventiladores, anafes, licuadoras, procesadoras y cuanto electrónico del hogar uno quiera imaginar. No hay cosa que esté fuera de lugar; Cada uno de sus instrumentos y materiales de trabajo tiene un sitio preciso, un ganchito propio de donde cuelgan en perfecto paralelismo a la pared, ubicados en orden decreciente (Cada ganchito, además, tiene un tamaño proporcional al instrumental que le corresponde). Es ese orden obsesivo, tan propio del artesano o del asesino serial, el que le permite a Don “X”, llevar a cabo su tarea a la perfección desde hace setenta años.

Su labor, inspirada en el milenario pensamiento oriental, puede confundir al histérico, al inquieto y al sanguíneo hombre de acción. ¡No os equivoquéis! Su aparente parsimonia cumple un propósito pleno de nobleza y amor: brindar un modesto clima de paz hogareña, especialmente a aquellos hogares que son consumidos por el polvo atmosférico, los pequeños diablillos que a diario embarran la casa, los hombres de tres cabezas y sobre todo, las salvajes mujeres amazonas.

¡Bien! Yo cubro, aunque sea, un rincón marginal y acaso obscuro de esa ilusión, reparando mínimamente lo que se pueda. Malabarismo ingrato si se tiene en cuenta que el músculo duele y el nervio tiembla a la hora de ajustar tornillos, cortar o pegar elementos de estas características.

Pero nada parece detener a Don “X”, que armándose de un destornillador, pinzas, alicates y otras herramientas, secciona con pulso de forense, el cuerpo de una aspiradora para extirpar las piezas dañadas para luego concluir con su reparación con algún otro objeto armando una especie de Frankestein eléctrico mientras expresa “Hacemos lo que hacemos con la mejor onda”.

¡Aunque su legado muera con él, y aunque me haya echado rojo de furia e insultándome en guaraní cuando le pregunté  - ¿Tiene Garantía la reparación que Ud. hace?", su obra permanecerá en la memoria de toda aquella mujer que quiera empezar el día con la gran y emotiva tarea de la limpieza profunda del hogar, que nada tiene que ver con ocultar cadáveres o hacerlos desaparecer sin dejar rastros, cosas que nosotros los hombres bien, bien hombres hacemos a diario.

Hasta la Proxima.