miércoles, 5 de enero de 2011

¿¿ A duras penas camino y vos queres que me haga niñito adorador ??


58_3 Segismundo Melchor F. tiene, a pesar de su corta edad, o sea, digamos que a ojo de buen cubero ronda los 16, el corte a lo Balá, que orgulloso lo muestra cultivado y endurecido con algún spray, repitiendo a diario y como un ritual, esta gesta heroica del dominio capilar hasta formar un verdadero casco de cabello humano. Esta ligeramente inquietante coquetería es probable su única excentricidad, la cual ha sido tenida en cuenta por sus amistades al bautizarlo con el apodo sarcástico de “Playmovil”. Segismundo Melchor estudia y trabaja, tiene una novia. Como vos. Como yo. Como cualquier otra persona normal.

Como muchos de los adolescentes de su edad, encuentra divertidas las salidas de los sábados por la tarde a las periferias del Parque San Martin junto a su novia, Belén o “Belu” como le dicen sus amistades (O “la Peti”, como Segismundo la llama cuando ella no esta). También disfruta, y a montones las salidas con sus otros amigos floggers, a recorrer la peatonal Belgrano, en medio del gentío. O Tomarse una “granita”. O tomar sol (siempre y cuando lo permita el clima) en las inmediaciones de la plaza Belgrano. Segismundo es un pibe, a pesar de todo, optimista y positivo. Opina que haciendo las cosas bien va a sobrevivir a la adolescencia “aunque tenga que comer bosta”, como apunta coloridamente.

Pero atrás de lo que aparenta una vida normal, común, básica de un joven simple y sencillo (mas allá del corte Balá), Segismundo carga con una cruz secreta y eterna: Segismundo Melchor pertenece a la secta de niños adoradores del barrio Los Ceibos y no le sale el pasito de la danza.

Durante los tiempos navideños y hasta los reyes magos, miles y miles de personas escuchan a lo lejos los redobles hipnotizantes ese que hace: “¡Teeeeerreterere Teeeeerreterere Teeeeerreterere terere terere !” repetidas veces como una vieja canción tribal invitándonos al baile y al movimiento de pies y caderas casi perpetuos. A estas personas, como a Segismundo, les encantaría poder disfrutar de  este esparcimiento vespertino pero saben que por mas que salten hasta llegar al acalambramiento de sus miembros inferiores y pierdan la sensibilidad de los mismo, ¡jamás lograran encontrar la coordinación y la precisión quirúrgica que requiere el pasito saltado de tal bailecito!. Y como corolario fatídico, jamás conseguirán volver a ser parte del selecto grupo de niños adoradores del barrio, por lo que terminara con los ojos enrojecidos por el llanto mientras busca desesperadamente a un mentor, a su espíritu guía que le acerque la llave del éxito en estas épocas de festividades judeocristianas y pueda sacar de una maldita vez, ese pasito de andar turbio y brincador al mismo tiempo que se golpea el pecho, se persigna y musita en voz alta ¡Perdón! ¡Perdón por no ser un buen niñito adorador! ¡Jamás debí haber dejado las extraclases de adoración. ¡Perdón! ¡Perdón!!!.

Segismundo Melchor F. maldice todos los días al que invento ese bailecito complicado y atravesado. Y ni hablar de las danzas de las cintas. Espontáneamente explota en un llanto histérico y compulsivo al mismo tiempo sufre el hipo del sollozo, se les hacen globitos de moco en la nariz que graciosamente se inflan y se desinflan; al mismo tiempo que con ojos ahogados en lagrimas recuerda la vez que quedo aprisionado junto al poste y envuelto como matambre relleno en las cintas multicolores. Ese día fue apodado como “La Momia de la Catedral”.

Por este motivo, Segismundo Melchor F. y miles de personas como él (aunque con cortes de pelo mas normales) sufren año a año, para estas épocas, la maldición de los pasitos complejos, quebrándose emocionalmente hasta caer en las garras de la depresión. Las practicas a escondidas en sótanos oscuros y húmedos, llenos de moho y cucarachas mas el miedo al fracaso en publico los lleva a desistir de tal cosa. Incluso caen mas bajo cuando su hermano mas pequeño es el que encabeza la columna de pequeños niños adoradores del barrio, haciendo que la autoestima propia de Segismundo y sus similares naufrague como turista perdido en una estación de tren de la Patagonia, hasta que pueda pedirle a un buen samaritano que lo lleve de vuelta a casa.

Segismundo conoce la existencia del grupo de Niños Adoradores Anónimos donde se brinda especial atención a este tipo de flagelos, pero hasta que decida apersonarse, continuara con el status de prisionero del pasito errado y descoordinado.

No seamos indiferentes a esta desgracia personal.

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