viernes, 9 de abril de 2010

¡¡¡ Abyecto país trasandino abduce a famoso webloguero: Episodio 5 ( RESURRECTION) !!!


Chorrillana maldita Bueno, confieso que mas allá de la locura por los zapatos, la nueva tendencia de la moda y  su locura por los anillos, mi mujer todavía tiene cierta astucia doblegarme cuando quiere. Luego de varios intentos fallidos de seducción y jugarretas histéricas típicas de la astucia de un agente secreto del Mossad, me advierte que si no acepto su petición, me quema la pc y mis discos compactos originales en cajitas en serio y todo.

Toca en la fibra mas intima de mi orgullo materialista encaro la derrota extorsiva con humildad y la dignidad de un caballero ingles por lo que pregunto cual era su petición.

"¡Hoy vamos a la Zofri!" -  me dice sin anestesia ni bálsamo.

Automáticamente se me desincroniza la sístole y la diástole, me falla la sinapsis, las nefronas no me responden y se me trancan los glomérulos. No me siento bien. Todo me da vueltas, me mareo, intento tomarme de una silla, me recupero levemente, pero después vuelvo a marearme. Veo estrellitas blancas y me caigo. Pierdo el conocimiento por unos segundos. Lo encuentro. Vuelvo en mi y cuando recuerdo lo que sucedía, lo pierdo nuevamente. Lo encuentro. Lo pierdo. Lo encuentro y vuelvo a perderlo. El conocimiento juega a las escondidas conmigo y no lo hallo. Y así unas cuantas veces mas. Despierto en un hospital donde mi suegra es la enfermera sacada de "La Naranja Mecánica" y se me acerca con una jeringa directo al ojo. Luego, me despierto de nuevo. Era un sueño. Me despierto agotado así que me duermo una siestita. Pero dura casi nada. Me duermo, me despierto, me duermo, me despierto y así. Luego me doy cuenta que la sal marina y la ingesta diaria de mariscos, moluscos bivalvos, ostiones, choritos y toda esa fauna yódica marina del pacifico me estaba afectando la cabeza.

Necesitaba introducir a mi aparato digestivo una inminente parrillada que aporte los jugos semicrudos del vacio, las cortezas doradas de unas buenas costillas y los lípidos (requeridos por mi intestino delgado) de unos sabrosos y dietéticos chinchulines.

Sudado, escaldado, estresado y opnubilado por la situación intento comprender que mundo maligno es el que me ubica en este sector. Ya pasado varios días y adaptado al entorno salvaje y tenaz de Iquique, soy uno mas del montón. El dialecto duro e inentendible de la zona me sale afilado y ríspido.

Además, haber sobrevivido a las contundentes ingestas nocturnas de pisco sours se había convertido en un vicio notable que mi mujer no ha podido abandonar. La ultima vez que recuerdo tuve que bajarla descontrolada de la copa de un ficus en el Paseo Baquedano.

El guía espiritual, digno interprete e indiscutible conocedor de las costumbres, los platos y la jerga chilena, Don Lucho Villarroel nos informa, luego de un arduo trabajo de decodificación del código trasandino, la existencia no comprobada de un termino preciso que indicaría, de acuerdo a los ingredientes que la conforman, ser el equivalente innato e indiscutible a nuestra parrillada criolla.

Salto de alegría, doy tumbaloyas de felicidad, siento el suave crujido de la carne dorada en mis dientes y no puedo parar de pensar en la hora de la cena. Al fin, podría inmunizarme del mal de tanto marisco maligno como el asqueroso erizo de mar, gusto asqueroso y sádico que todavía no puedo desprender de mis papilas gustativas.

A la espera de la hora cero y ante la necesidad de hacernos del vil metal, procedemos en conjunto a la zona céntrica. Bueno, a lo que llaman zona céntrica, que es aparentemente horrible. Calles estrecha, mucha gente, casitas de madera y una plaza. El tumulto agobia y el calor aprieta.

Allí, la licenciada en artes de la comunicación lingüística anglosajona tiene un ataque de retroceso infantil y comienza a gatear en la lona de un hippie bohemio de amplios mostachos, medio gringo y sobreviviente de la segunda guerra mundial; en busca de unos diminutos prendedores de extrañas formas, colores y combinaciones.

Artesanías, antigüedades, viejas vitrolas, discos de vinilos, mercado de pulgas, pulgas y una fauna exquisita en diversidad se hace presente en la zona. Veo un tumulto, de turistas, claro, es fácil reconocerlos, camaritas colgadas, bermudas, sombreritos y bolsas llenas de baratijas locales. Todos observan hipnotizados, el movimiento controlado y maquiavélico de un pequeño esqueleto humano en aparente estado de ebriedad que intenta tocar la guitarra. El burdo espectáculo del control de la marioneta, los hilos y esa mano anónima que domina sin piedad ni contemplación al pobre muñeco. ¡Pobres mentes dominadas, mortales comunes, no se dan cuenta! Nadie percibe que ese tipo los controla también a ellos, digo al público, con sus telepáticos hilos invisibles e imperceptibles para que metan la mano a sus bolsillos y liberen alguna moneda. Poder nefasto que en mi no tuvo ningún efecto gracias a mi poderoso control mental de no liberación de dinero en cosas estúpidas. Quiero irme, la playa, la arena, la sal, el agua, pero aquí estoy. Paciencia. La parrillada ya vendrá.

Al fin llega la noche, el momento. Con el apetito bien dispuesto, los dientes afilados y las muelas lustradas, un simpático PowerPoint mental se da a lugar en mi cabeza en un festival de cortes cárnicos y sabrosos jugos. Los Bustos, Los Villarroeles Daduches y los Sorias Farfanes nos dirigimos hacia el encuentro con la tan ansiada parrillada criolla.

Pero como deben ser, las cosas nunca se dan de entrada y al llegar, no tenemos mesa. Nuestra guía capacitada en, no solo turismo internacional, sino también en relaciones públicas extranjeras toma contacto directo con una entidad y gestiona nuestra ubicación. "¡¡ Mesa para diez por favor y tres Chorrillanas ya !!" dice mi amiga y manos a la obra.

Acomodados y con la desesperación de mil caníbales en Cuaresma, nos deleitamos visualmente con los ingredientes del menú mientras nuestro camarada Lucho afirma a ciencia cierta que la parrillada es inminente.

Sin mas que dudar, procedemos a un brindis jocoso y chabacano para saborear nuestro próximo festín cárnico. Chocamos nuestras copas como viejos marineros de aventuras y degustamos un buen tinto de la zona.

Pero la felicidad no duraría lo que uno esperaba. El primer plato con "ella" se aproxima. En el circulo enlozado había algo que no se correspondía con lo imaginado. El silencio se apodera de la mesa. El ingeniero Bustos, fiel consumidor de la carne argentina deja de pestañear, deja de respirar y no despega su punto de vista del plato. Piensa que es una pesadilla. Se pellizca y grita. No, esta despierto. Quiere llorar pero se controla. Yo quiero salir a matar gente con el servilletero de plástico. Pero no puedo. Me contengo.

El dardo emponzoñado de la desdicha se une junto al zarpazo salvaje de la "no compresión de términos gastronómicos chilenos" y nos hiere mortalmente el orgullo argentino. La única que festeja es mi hija al ver un par de huevos fritos arriba de toda esa "cosa".

Admito que al encarar el plato pude apreciar que estábamos ante la creación de un gran artista culinario ya que, morfológicamente hablando, era una verdadera obra de ingeniera  donde se habían considerado los mas mínimos detalles: la base acolchonada de 1 cebolla soportando el peso abrumador de 1/2 kg de papas, peladas y fritas, por ejemplo,  es destacable. Una extraña argamasa de queso con huevo se encuentra inserto entre el enrejado de papas fritas dándole firmeza a la torre. Y en la cúpula el detalle, la joya, el "touch of meat" que ansiábamos.

Dodecaedros de carne vacuna, pollo, chorizos y vienesas digitalmente cortados a mano por una cocinera experta en Jiujitsu y Pakua fueron milimétricamente dorados, salteados y colocados allí arriba.

La Chorrillana estaba servida. La tan ansiada parrillada no había hecho otra cosa que transmutar físicamente en lo que ahora yo definiría como el "Revuelto Gramajo" chileno.

El Ing. Bustos da el puntapié inicial. Ataviado en su traje del renacimiento, los ojos como carbones encendidos y la barba negra y puntiaguda hasta el pecho nos cuenta sintéticamente un poco más de su experiencia: "¿Esta es la parrillada?"

Reconozco que el plato nos resulta un contrincante de valía con sus excesivos carbohidratos, grasas, aceites, proteínas y alto contenido calórico. Resignados y en silencio, como "mocoso al que obligan a tomar la sopa" dejamos la compasión al lado y adoptamos la política del General Pratt: "Duro con ellos y nada de tomar prisioneros" hasta exterminar aquel plato clavo.

Luego de la ingesta algunos recuerdos se vuelven borrosos, en parte claro, por el embotamiento provocado por una digestión lenta y prolongada. La acción de levantar el dedo índice para solicitar la cuenta se pone pesado como "Steven Seagal" en "Driven to Kill" hasta que se logra la meta y nos retiramos del lugar agradeciendo una vez mas, sobrevivir a este entorno digno del infierno que oculta las malditas garras del engaño vil y fatal, camuflado en una carta de platos calientes chilenos.

Mientras nos recuperamos en la sala de terapia intensiva de la clínica, agradezco profundamente a mi sensei experto en supervivencia culinaria, las clases  de aikido, yudo asiático y karate tailandés que sirvieron para que mis intestinos desmantelen esta chorrillana maldita.

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