viernes, 13 de julio de 2012

¿Es acaso el profesional de la refrigeración la reencarnación misma del ángel malvado del infierno?


hieloEsto que a continuación se relata, no es el cuento de la avería en si, sino mas bien de mi crecimiento personal y una declaración de amor incondicional. Un acto de amor platónico y viril. Amor eterno y perdurante hasta el ocaso de la vida misma. Un sentimiento inequívoco e irremplazable que todo hombre, desde los primeras gateadas hasta los días mas complicados de la vejez, siente por la heladera.

En primer lugar podría decir, que si, estoy madurando y no espere a que la heladera “esplote” en casa. Usar el raciocinio para llegar a una conclusión y evitar un mal mayor (como seria la compra de una heladera nueva en época de crisis) me ha obligado a acudir a un personaje siniestro, misterioso y con cierto aire falaz. El llamado “técnico”.

Resulta ser que la acumulación exagerada de hielo al fondo de la heladera se daba por la rotura del burlete. La gomita imantada que sella la puerta.

Debo admitir que con el afán de demostrar mis habilidades caseras para las reparaciones domésticas, yo mismo encare la reparación del mismo, arrancando por el primer paso básico y simple que es, comprar el nuevo juego de burletes. Realizar dicha tarea no fue difícil. Jodido fue comprender que el sistema de agarre era totalmente sellado sin ningún maldito tornillo a la vista.

Luego de unos gemidos lastimeros de Chewbacca, algunos berrinches, gruñidos de cerdo viejo seguida de síntomas agudos de empacamiento ¡Bang!. Llame al “profesional”. A mi no me agarras mas. No es que sea derrotista, pero seguimos el consejo de un buen amigo “Cada zapatero a sus zapatos”.

Podría decir que la palabra “desperfecto” podría ser una exageración. Pero a la hora del diagnóstico, el “profesional”, no solo observa que el burlete esta roto, sino que asegura que la heladera no tiene gas y que el termostato esta roto. Sus 20 años de experiencia aseveran el análisis y la necesidad de cirugía mayor, mucha mano de obra, repuestos y un palazo en la nuca de la economía familiar de la módica suma de 760 pesitos. Esto sin mencionar cierta presión del “profesional” para una rápida decisión, por lo cual, decido solo cambiar el burlete.

Esto implicó, 3 días sin heladera, perdida total de mercadería, entre ellas unas patys, que dicho sea de paso, sirvió de dieta calórica para nuestra mascota, el carancho del barrio que no solo se conformó de mandarse un par de discos de carne molida, sino que trajo un par de amigos a la fiesta y uno de ellos dejo el cadáver seco de una paloma a medio masticar en el borde de la ventana, cosa que casi me valió el divorcio ya que grande fue la sorpresa de mi conyugue al abrir la ventana a mirar la hermosa mañana de invierno. En fin.

La culminación del trato con el profesional no fue en buenos términos. Las terminaciones de las esquinas, mas la falta del imán interno del burlete de la parte de la bisagra me hizo tomas medidas mas viriles y masculinas. Echarlo a la rpmqlrmp y encargarme de la finalización de la instalación yo mismo.

Quiero explicarle que no es así la cosa. Porque aquellos “profesionales” que se enorgullecen de ser experto en la materia, los claro, en la materia de mentir y/o engañar. Muy linda tu carrera, si, claro, genial. Todo bien. Pero todo esto te genera carraspera y flema, cocinándose en su propio caldo de encierro y furia hasta que lo largas. Quizás si hubiera tenido mi magnum lubricada (asumo mi descuido) hubiera disparado un par de veces.

Pero al fin y al cabo, la heladera, esa pequeña belleza que resguarda de la intemperie abrasiva los mas deliciosos placeres gastronómicos (como unos granos de café bañados en chocolate) en su interior ahora esta ahí, lista para afrontar el abre y cierre, abre y cierre, abre y cierre permanente sin objetar su buen funcionamiento cautivando mi devoción total hacia ella por el resto de mis días.

En definitiva, los profesionales “NO EXISTEN”.

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