viernes, 16 de diciembre de 2005

Cuentos lunares y lobos solitarios.


La noche me invito a caminar errante por la ciudad que se dormia de a poco en los frescos vaivenes del clima que unas horas antes, con la fuerza de un centauro, nos llevaba de una atrevida y electrica tormenta a un pulcro cielo estrellado.
Indefectiblemente el poderoso influjo de la luna llena despertaba mi lado animal, el lobo escondido abriendose paso entre mis entrañas para salir a rendir culto de su luz, estallar en el aullido naciente y correr a la cima de alguna peña a contemplar el nocturno movimiento del cosmos, de las almas, de los espiritus, de los duendes, de las hadas, de los elfos y todos los seres que se pasean errantes por la naturaleza.
Mi alma esta ligada ciertamente a la luna y es un misterio que no he podido develar, tampoco quiero hacerlo por el simple hecho del place que me produce esa instrospeccion en las cuales me hundo junto con ella hasta las raices mas profundas de mis oscuras vidas.
Alzar la mochila, algo de abrigo y errar vago y deambulante sin rumbo fijo, siguiendo ese sendero que trepa, descansa, baja y vuelve a trepar. Rodeado de viejos cardones testigos de piedra y camino, de estrellas fugaces y sabios cabures que volando se cobijan en su interior para revelarle los misterios de la luz.
Siento florecer a los reflejos lunares mi oculto instinto animal de busqueda insaciable en las tierras de la puna o la misma selva. La busqueda misma de la existencia propia alabada por el son de operas de grillos nocturnos y algunos destellos de luciernagas pintoras de la noche calma y serena.
Correr hacia abajo, aullar de placer, sentir la brisa del abra acariciando mi pelaje y trayendo voces lejanas, de otras tierras, de esperanzas y villancicos de niños nacientes a mis oidos. Sentir los chirridos de tolares ardiendo en ranchos de vinos agrios, los zumbidos de chispas candentes elevandose al cielo adorando al viejo coquena. El callado rezo de la fe norteña vagando entre las faldas de las rotas canteras o un solitario campanazo que corre a pie descalzo por las blancas superficies de agrietadas salinas.
Caminar jadeando, con mi lengua afuera entre las tuscas a buscar la vertiente para calmar mi sed y lavar mis heridas, auyentar los fanstasmas de mis dolores y sentir el miedo animal huidizo y alerta, esquivo y natural de los rayos y los truenos o simplemente del salto de algun vizcachon entre las piedras.
Agradecer saltando, a la montaña por dejarme acariciar su cuerpo y a la luna por prestarme su poder para ver, para verme, para sentirme. Para sentirme vivo.
No se que es ni porque, ni cuando ni donde, solo se que estas ahi cuando estas. Mirandome con tus grandes ojos, alumbrandome el destino.
Es extraño, lo que viene despues, de sentir ese llamado a las viejas raices del instinto animal, ese bienestar de un simple viaje astral.
La noche me invito a caminar.
La noche te invito a llevarme de mis manos.
La noche nos unio en aquel magico ensueño lunar.

(Dedicado a Marisol B. con quien me encontre al azar un dia cualquiera)

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