miércoles, 14 de diciembre de 2005

Pequeño cuento de guias humanos.


Amaneci con el silencio matutino que el alba suele traer en estas mañanas frescas, en medio de algun solitario canto del benteveo. La presencia de ese amarillo amigo a las 6:30 de la mañana me trae los viejos recuerdos de los abuelos que me enseñaron el secreto casero de algunos alimentos preparados con el fin solo de disfrutar lo que la tierra nos da.
Amaneci con el deseo de poder encontrar a mi guia humano para poder contarle mi metamorfosico estado natural. Ese estado que nos transforma sin saber como, porque, cuando o quizas por quien.
Indefectiblemente necesitaba que mi guia me pudiera contener de la misma manera que el horno de barro lo hace con el pan, caliente, crocante; para poder continuar con mi camino por el valle, por estos verdes encuentros de sabor a mate cocido.
El estado natural de mi ser se presentaba de una manera inospita y sensible, en la busqueda del abrazo, de la calidez, de eso que veces nos cuesta tanto decir y que a la vez tiene la simple sencillez maravillosa de un lucero plantado en el infinito o una estrella fugaz naciendo ante nuestros ojos para morir al segundo pero inmortalizando esa minima expresion del segundo.
Mas tarde, cuando el sol ya caia entre las espesas vegetaciones de Yala pero que mantenia todavia ese calorcito de verano, cerca de las lagunas, no pude evitar encontrar un ranchito en lo alto sobre el camino.
Salto algun perro a ladrar mi pobre y desorientada presencia mientras alguna gallo correteaba a su contrincante para espolonearlo.
La casa era precaria, de madera maltratada por las lluvias de verano, algo verdosas por el mismo musgo que se abraza en sus tablones como amando la madera con pasion de naturaleza. Una vieja chimenea de piedra escupia el humo a los cielos sorprendidos por el olor a pan recien hecho. Fue cuando aparecio de entre unas cortinas de viejas telas derruidas Doña Dominga, de polleras oscuras y algo de abrigo, un poco seria, de pelos duros y manos asperas.
Le pedia agua caliente para cargar mi termo, si tenia, obviamente si habia fuego podria haber agua caliente. Me dijo que no tenia pero que sin drama ponia en el fuego y me invito a pasar.
Humeando en un rincon estaba el viejo horno demostrando que el paso de los años no lo venceria y mucho menos las agresivas llamas que calentaban su vientre para luego de alli dar a luz unos panes o bollos que con sus mismas manos amaso.
La charla comenzo, como es de costumbres sobre clima o algo similar, pero de a poco salto la intimidad de si vivia sola, si tenia hijo, que hacia yo por aqui.
Poco a poco me fui dando cuenta que mi guia habia aparecido de la nada, asi como la veia.
A los mates seguidos de bollos y una mermelada de mora, todo creacion de Doña Dominga seguian esos minutos incontables de paz y armonia los cuales fueron destrabando mi neurosis momentanea hasta apagarla de adentro de mi alma. Aquella inyeccion de adrenalina revivio mi propio corazon que en su voz interior aprecio todo lo brindado hasta no poder mas.
Cargue la mochila sobre la espalda, era de noche y el cielo estaba abanderado de estrellas e inicie el camino de vuelta.
La nocion del tiempo era nada, vacia, absurda y alla a la distancia de las curvas enroscadas de la bajada quedaba la luz naranja de la fogata que seguia ardiendo de secretos magicos de duendes perversos y vicuñas andantes. Un secreto de vida y amor, de misterio y destino.
En ese instante recorde un viejo dicho de Dionisio abrazando el nombre de Dominga. "Si das amor el mundo cambiara, el mundo eres tu, si cambias tu, el mundo cambiara. No esperes que el mundo cambie para ti, empieza tu. Si logras comunicarte contigo mismo, sin maestros, sin libros, sin practicas raras, sabras lo que es el cosmos.Definitivamente somos diferentes y singulares".

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