Hace un rato que no tenia unos minutos como los de anoche.
Luego de una interminable cola en Fausto, una jugueteria monoambiente para la cantidad de gente que habia para realizar el sueño de los pibes, sali todo hirviendo.
Ojotas, bermuda y remera blanca, la mochila viajera de siempre y mi bicicleta. Busque a Frida por nuestro negocio y nos fuimos caminando a casa. Martina, mi piba estaba con su madrina.
Compramos unos pebetes para ir comiendolos con tantas ganas de algo barato y sencillo por la calle, una temperatura agradable, cielo despejado y estrellado con una luna mora en su mas perfecto estado de cuarto creciente. Plantada alla arriba con la delicadeza de un cristal.
Senti entonces que no puede haber nadie que pueda conocerte tanto como te conoce la mujer que te viene acompañando desde hace tiempo. La complicidad que existe con ella, el entendimiento en una mirada, el conocimiento implicito en sus silencios (o los mios o los de ambos) esa conexion individual que hacen un conjunto no puede ser reemplazado. Y pensar que a veces lo hacemos, queremos hacerlo, buscamos en otro lado, al igual que el Alquimista de Paulo Coelho, el tesoro que tenemos en nuestras narices.
Nos evadimos, nos contagiamos de los estupidos de siempre, nos dejamos llevar, por una u otra cosa sin darnos cuenta que solo para querer escapar de nuestras propias frustraciones inventamos algo que no existe. Un fantasma, una sombra. Al punto que nos carcome en sus entrañas.
Me senti bien caminando con ella y contandole mis miedos, mis nostalgias, mis debilidades, mis heridas no sanadas. Es la unica que escucha mi alma hablar.
El valor de eso es incalculable.
Caminamos como adolescentes por el parque disfrutando los pebetes y riendo como hace rato que lo necesitaba.
Ella tiene la llave.
Ella conoce el camino.
Ella sabe como andar mi interior.
Y yo supe descorchar un New Age abandonado hace rato que aguardaba el momento preciso para untar su dulzura.
Luego de una interminable cola en Fausto, una jugueteria monoambiente para la cantidad de gente que habia para realizar el sueño de los pibes, sali todo hirviendo.
Ojotas, bermuda y remera blanca, la mochila viajera de siempre y mi bicicleta. Busque a Frida por nuestro negocio y nos fuimos caminando a casa. Martina, mi piba estaba con su madrina.
Compramos unos pebetes para ir comiendolos con tantas ganas de algo barato y sencillo por la calle, una temperatura agradable, cielo despejado y estrellado con una luna mora en su mas perfecto estado de cuarto creciente. Plantada alla arriba con la delicadeza de un cristal.
Senti entonces que no puede haber nadie que pueda conocerte tanto como te conoce la mujer que te viene acompañando desde hace tiempo. La complicidad que existe con ella, el entendimiento en una mirada, el conocimiento implicito en sus silencios (o los mios o los de ambos) esa conexion individual que hacen un conjunto no puede ser reemplazado. Y pensar que a veces lo hacemos, queremos hacerlo, buscamos en otro lado, al igual que el Alquimista de Paulo Coelho, el tesoro que tenemos en nuestras narices.
Nos evadimos, nos contagiamos de los estupidos de siempre, nos dejamos llevar, por una u otra cosa sin darnos cuenta que solo para querer escapar de nuestras propias frustraciones inventamos algo que no existe. Un fantasma, una sombra. Al punto que nos carcome en sus entrañas.
Me senti bien caminando con ella y contandole mis miedos, mis nostalgias, mis debilidades, mis heridas no sanadas. Es la unica que escucha mi alma hablar.
El valor de eso es incalculable.
Caminamos como adolescentes por el parque disfrutando los pebetes y riendo como hace rato que lo necesitaba.
Ella tiene la llave.
Ella conoce el camino.
Ella sabe como andar mi interior.
Y yo supe descorchar un New Age abandonado hace rato que aguardaba el momento preciso para untar su dulzura.
Nos vemos.
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