Y ahí estaba yo. Esperando que doña Felicidad me tocara la espalda en el momento menos pensado y que me envuelva en los mantos de su sabiduría ignota y algunos "non-sanctus" encantos místicos como lo son sus 7 hermanos pecados capitales (porque no hay felicidad que no involucre a ellos) mientras todavía yo peleaba entre las sabanas y la almohada con las primeras lagañas secas del Sábado.
Pero el destino y los dioses del Olimpo me tenían un cachetazo preparado, que despabilaría mi insomne deseo de la dicha llevándome a la cruda, fría y casi apocalíptica realidad.
Doña Clara Felicidad, mujer (quiero creer que es mujer) a la que esperaba ansiosamente, no era una bella morocha simpática de senos turgentes y grandes ojos negros seductores. Tampoco era una gorda melenuda con gigantes ruleros, envuelta en un batón floreado con un rosario en su cuello, bolsa de mercado en mano. Tampoco estaba encarnada en una dulce niñita, simpática de sonrisa angelical con vestidito rosa y trenzas adornada con trabitas de Kittys; que pedía a este fiel servidor de la comunidad una ayuda para cruzar la calle en esta embodriada ciudad en plena hora pico. Mucho menos era la tía abuela que me venia a traer mi tan ansiada pastafrola de los domingos para malcriarme.
Ni siquiera era un castigo oculto en tamañas dimensiones para el vil mas perdedor del universo, como podría ser, no se, un fofo camionero de grandes mostachos medio amarillentos por el tabaco, bermudas floreadas, camiseta malla blanca con enormes manchones de grasa mecánica ( o mayonesa, o jugo del asado del año pasado o del tinto del festejo del Día del Sindicato Nacional que no se cuando es) y enemigo publico de la ducha mas corta del planeta.
La felicidad, señoras y señores, había optado por presentarse, en el primer día de competencia, en su formato mas férreo, diabólico y metálico jamás imaginado por el ser humano del sexo masculino tentado por una competencia de semejanzas bíblicas.
Adornado con unas rueditas gastadas y ruidosas y un gran mango rojo publicitario la bendita y ya, a esta altura de la narración, popular sra. Felicidad; no había tenido mejor idea que aparecerse como un verdadero carrito de Carrefour.
Es que el desabastecimiento ocasionado por la crisis financiera hogareña, la inminente invasión de polillas y uno que otro pariente sorpresa de esos que uno no espera, habían complotado la aniquilación y el exterminio total de nuestras reservas alimenticias en pocos días y a fin de mes, donde no solo cunde el pánico de la Gripe A, el dengue, la malaria, la lepra sino también la nunca tan bien llamada crisis.
Pero como yo, que busco la sabiduría no solo en la felicidad que es algo somero y simple como un gorgojo de poroto ni tampoco en las grandes obras de la humanidad (porque son demasiado largas para mi) sino en pequeñas síntesis espontaneas como "Gracias a Dios que es Viernes" y en cuyos ... A ver... Espérenme un poquito... Ya esta... En cuyos 24 caracteres se resumen todas las angustias, preguntas, respuestas y mínimos destellos de esperanzas del hombre moderno he decidido no rendirme a tal hazaña e inmiscuir mi viciosa y gran nariz en un mundo artificial lleno de placeres sin nombres.
Desgraciadamente y antes de lanzarme de lleno a la risa franca, a la degeneración recreativa y al abrazo con Clarita Felicidad, debo pasar en un acto de mea culpa y reflexión sobre una tarea que nos demuestra cuan miserables somos en el paso por este mundo: Ir al supermercado.
Esta pequeña tarea domestica que implica una sucesión de una amplia gama de estados anímicos como la ira por el santo berrinche de los hijos, el aburrimiento de controlar precios, el estrés de no encontrar las cosas, la ansiedad por llegar al ultimo tarrito de dulce de leche en oferta y el dolor de cabeza por la volatilización de nuestros escasos ahorros hace que la gente de allí, no se, sea mas fea.
Y el infierno no termina ahí. Cuando uno piensa que el martirio se ha acabado, ha terminado y que las llamas del caldero de Lucifer han sido extintas con el matafuegos de la liberación, nos damos contra la pared mas dura de todo esto. La cola que uno hace para pagar.
Pero gracias a esta maquinaria de la creación divina o biológica formada por huesos, células y mucho colesterol, todavía tengo una gran arma para luchar contra el infortunio creando un sinfín de juegos mentales. La imaginación.
Es así que decidí con la complicidad de mi hija internarme en el mundillo de la diversión infantil Pro Búsqueda de la Felicidad Gratuita y de Oferta en el sector Bebidas y me dedique de lleno al colocado de artículos excesivamente caros dentro de los changuitos huérfanos, esos changuitos que uno suele abandonar mientras mira el precio del Mendicrim, o de la paleta cocida y lo caro que están los fiambres. Todo esto hasta ser descubiertos por un hombre de mal humor y feo. Pero admito que basto un simple "¡Disculpe! Pensé que era el mío..."
En acto seguido, la adicción y la búsqueda de la felicidad se siguió en el sector de los enlatados, con el arrancamiento indiscriminado de esas etiquetas alarma, un papel vil y traicionero con algún metal delator disfrazado de portador/indicador de precios que al pasar por la puerta nos buchonea que estamos "hurtando" tal u otra cosa; la cual puede ser dejada en el piso para que la pise un desprevenido peatón en calidad de cliente, o simplemente y con el sigilo de un agente secreto, adherirla en el saco, la campera, tutu o bufanda (aprovechando el momento frio) del mismo para que active la sirena al pasar la puerta. Cabe destacar que dicha situación entrega una buena dosis de adrenalina sin costo alguno.
Mas tarde aplicamos el psicoanalisis. A intentar descifrar los grandes misterios de la humanidad. Observando los productos que la gente deja abandonada en el costadito de la caja, justo ahí donde están los chocolates, las maquinitas de afeitar y los chicles. Porque la gente no lo deja así como así, la gente, primero disimula, oculta y muy lentamente y haciéndose la sota, de la misma manera que el infante oculta su cagada al romper el vidrio de un pelotazo, deja de lado el producto.
Por ejemplo ¿que drama personal, que infinita cantidad de miseria, frivolidad o problemas de pareja se esconde detrás de ese pela papas con cepillo, esa caja de cereales sin azúcar, el desodorante "deportivo" que yacen tirados allí?
Pero el momento cumbre, la cúspide, el momento gloria alcanzado por Clarita Felicidad y quien suscribe la presente se dio al final de todo este trajín. No por la adquisición satisfactoria de un tubo de papas frita Pringles, sino porque a la hora de pagar todo lo adquirido en el local y ante la advertencia certera y mordaz de la cajera que con voz vigilante dijo "¡En tres pagos con tarjeta tiene recargo"!, el conjunto de números binarios (o sea 0 y 1) unidos en una simple instrucción de programa, había decidido corresponderme de una manera sorprendente al hacer caso omiso a tal advertencia y gratificarme con el perdón divino del NO COBRO DE INTERESES EN TRES PAGOS CON TARJETA MASTERCARD.
Entonces, señores, señoras ¿que nos queda sino revolcarnos en el piso del éxito y ser felices por haber escapado, una vez mas, del sistema ingrato de esta economía inhumana que nos absorbe día a día como un estudiante primario a su sachecito de dulce de leche o miel? ¡ Que vuelva Tato Bores!
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