La definición de “unas vacaciones tranquilas” parecieran sonar a un verdadero cuentos de hadas, donde uno se dispone a gozar de los encantos terrestres de un paisaje ajeno y distante, para pasarlas bien en familia, distenderse y dejar atrás las obligaciones que la rutina diaria se encarga de desparramar en nuestro camino.
Pero nadie cuenta detalladamente que “organizarlas” es una actividad perjudicial para la salud que produce estrés, migrañas, ataques de pánico, sudor frio, balbuceo crónico, masticación intermitente de uñas de manos y pies, aparición no contemplada e imprevista de canosidades varias y hasta la muerte misma. Sobre todo cuando uno tiene familia. Aquí la vida de mochilero con onda de “dejarse fluir en la vida”, que “mientras venga de arriba, aunque sean rayos”, bañarse cada tres días con jabón en pan, dormir en piezas comunitarias, compartir baños, piojos ajenos y uno que otro aroma personal han quedado en el olvido para darle paso a una palabra un poco mas exigente. Responsabilidad.
De la precariedad a la complejidad. De la libertad a la esclavitud. Ya no se debe pensar en uno, sino en tres, o cuatro. Entonces uno debe correr para organizar las cosas, de manera que todo suceda de acuerdo a lo planeado. Uno se transforma en el guía espiritual de las vacaciones, el jefe, el coordinador de viajes, el salvavidas, el chofer, el azafato, el mecánico, el maletero, el cocinero y el banquero de la familia para evitar la posible aparición de aquellos reproches indeseables que suelen hacer colapsar la felicidad vacacional.
Así fue como el 9 de Enero, día del cumpleaños de mi suegra, fui a parar a las 5:00 a.m. al predio de FTV Pioli a realizar la revisación técnica del bólido que nos tele transportara al país vecino.
Debo admitir que en mi inocencia virginal con respecto a ese trámite, la idea de apersonarme a altas horas de la madrugada en un lugar por mi desconocido me daba cierto temor infantil y poco viril, a sufrir un terrible asalto a mano armada por encapuchados palpaleños, ser sometido a una salvaje abducción extraterrestre o a ser sodomizado por una patota de mujeres en enteritos plateados y tridentes.
Pero toda esta estúpida idea violatoria de intimidad desaparecería inmediatamente al llegar y observar la amplia comunidad que aguardaba allí. La vieja imagen western de las carretas enclavadas en el desierto, formadas en circulo para evitar el ataque apache se presentaba con un aspecto mas moderno y a cuatro ruedas. Esto sin mencionar la increíble melodía madrugadora de los que roncaban en sus coches y las ranas que habitan las banquinas cercanas llenas de agua.
La prueba, que arrancaría tres horas después y media, en si era igual a la de un Gladiador. Lentamente y uno por uno, los vehículos entraban al campo de batalla para la prueba de fuego, al igual que el gladiador entraba a la arena para demostrar su destreza, medir su fuerza y exponer su valentía.
Lo primero fue una especie de ataque de epilepsia inducido por una salvaje maquinaria de tortura, que emulando un movimiento símil Mal de Parkinson, se prueba, según lo que dicen esos hombrecitos de blanco con libretita en mano y cara de científicos nucleares de la nasa, la alineación y el balanceado de las ruedas.
Seguido a esto fue la tortura de la corrida donde en una especie de rodillos robóticos infernales que surgen de lo mas profundo de la tierra, ruedan hasta el hartazgo los ejes y probando frenos de pie y de mano.
Pero como si esto fuera poco y nada, en las arenas de la degeneración vehicular, vendría lo que para mi seria la tortura mas indignante, indecorosa, signo de la deshonra y la profanación motorizada. Un mecánico con carita de degenerado y pervertido – de esos que ven mucha pornografía en internet - tomo un extraño artefacto de largas dimensiones y sin vacilar ni medir las consecuencias lo inserto salvajemente en el orificio del caño de escape del pobre automóvil. Un verdadero asco merecedor del castigo mas inhumano por tal ofensa.
No conforme con lo antedicho y terminando lo que yo llamaría “la calle de la amargura automotriz”, el noble caballero metálico alimentado a combustible liquido sin plomo es entregado al ultimo sector de tormento y martirio. Allí le aplicarían la popular “Túpac Amaru” donde sistemáticamente es estirado desde sus extremidades en todas las direcciones posibles mientras un inescrupuloso tallerista observa, escucha, toca y acaricia libidinosamente sus partes intimas como los extremos, crucetas, juntas, ejes, barras de esto, barra de lo otro y otros órganos de vital importancia para el rodamiento feliz del coche.
Mientras veo la maquiavélica prueba de rigor a la que es sometido el Fiat, escucho al mismo tiempo el llanto de niñita consentida que perdió su Barbie con Mascota, de todos aquellos pobres infelices, perdedores del día y poseedores de verdaderas maquinas asesinas despiadadas desbordantes de inseguridad vial que no pasan el tortuoso examen y son condenados a volver nuevamente a pasar por dicha calle de la amargura, otro día, a otra hora y cualquier día (menos los domingos que no atienden, claro esta).
Siendo casi las 11:00 a.m., el noble coche, triunfante y gozando de una real altanería es premiado con la cinta de prorroga por dos años mas para la libre circulación segura y eficaz en las rutas de este planeta.
Nadie habla de estas tareas mortificantes que uno debe realizar, entonces, para salir exitoso en las vacaciones. Solo un hombre, bien, bien hombre, se toma a pecho la verdadera “responsabilidad” de hacer felices a otros para evitar así el llanto de madre e hija y las posibles recriminaciones del mundo femenino, un mundo desconocedor del las tuercas y los fierros.
Hazaña numero uno terminada.
¡Cambio y Fuera!
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