jueves, 11 de febrero de 2010

¡¡ Abyecto país trasandino abduce a famoso webloguero: Episodio 3 !!


Tsunami Como Favalli, el profesor de física de "El Eternauta", tengo que admitir que "parece que los refuerzos no vendrán nunca". Casi arrepentido de haberme embarcado en esta aventura al país trasandino, intente hacerle entender a mi mujer que este no era un buen lugar para andar gritando cosas como, por ejemplo, que somos argentinos, que las Malvinas son nuestras y que ahora vamos por el Canal de Beagle, por lo que solicito la cancelación de la misión lo antes posible. Pero mis informantes me dan a conocer que la patrona no andaba de muy buen humor porque no encontraba las vidrieras del sector por lo que inmediatamente rechazo el pedido, argumentando que  "este perejil me traslada a 1000 km de la civilización por medio del desierto y ahora quiere dar marcha atrás. ¡Que se vaya haciendo mas hombrecito! Así termina con sus botarateadas con eso del internet, el bloccito y todas esas chiquilinadas".

Había pensando en huir hacia la zona portuaria, negociar mis escasos dólares para la compra de una plaza en uno de esos contenedores en el puerto y viajar clandestinamente como un refugiado hasta San Salvador de Jujuy. Luego me percate de que iba a ser complicado que el buque llegase a destino. Por lo tanto, debo enfrentar mi martirologio con la mayor hombría posible; esto consiste básicamente en hacerle caso. Mientras, mi crónica debe continuar, camino, escucho y observo, lo que no me gusta. claro.

La convivencia dentro del campamento resulta extrañamente pacifica. La mayoría femenina, nuevamente da un zarpazo a la escases de masculinidad, pero con mis  casi dos metros de extrema virilidad, es mas que suficiente para calmar las histéricas reacciones femeninas como la perdida de rubor o quita esmaltes, la falta de toallas limpias y perfumadas o la escasez de Ibuevanol.

Luego de haber realizado el correspondiente "piedra, papel o tijera" y repartido ordenadamente los turnos para la ducha, quedamos todos preparados para afrontar la salida nocturna.

Recorremos las calles de Iquique, siempre en grupo y para sorpresa de todos, es notable como el numero de pajarracos alados crece en las copas de las palmeras de utilería al mismo tiempo que lanzan un espantoso graznido digno de un broncoaspirado. El resto todo normal, negocios, algunos cerrados, otros abiertos, autos, gente caminando, mirando, conociendo.

Lo que puedo observar es un sistema feudal que marca notablemente las diferencias sociales resultando esto en una escueta gastronomía cuyo macabro resultado es la no existencia de fondas y comederos para la clase media donde, que se yo, por veinte mangos de sirven una ensalada rusa con bife  de cebú con papas fritas o unos buenos canelones a la cuatro quesos, con flan regado con tinto de la casa o Coca cola de la buena y todavía te sobra para la propina, el taxi y un par de piscos sours. Aquí el panorama gastronómico se divide en "In/Out", "ricos/pobres", "Salchipapas de la esquina / Cantaba la Rana".-

Seguimos recorriendo la noche. No se, cuadras, muchas y a pie, casitas de maderas, muchas, algunas con cierto olorcito a humedad, gente, medio rara pero gente. Autos, en cantidad también, ninguno igual y con sus acostumbradas cuatro ruedas. Marcas desconocidas absolutamente por mi persona. Hummers, por doquier. En fin, nada de otro mundo que no sea digno de civilidad y modernismo, salvo cuando detecto  unos extraños cartelitos donde se nos alerta hacia donde debemos correr en caso de ser victimas de un Tsunami. No pude contener una brutal carcajada  que recorre inmediatamente la soledad del cosmo iquiqueño, ante fatal y diseño. Seguramente el padre del diseñadorismo grafico local tuvo algún problema con su photoshop trucho e ilegal "downlodeado" del internet, no termino el curso básico de actividades practicas y las cosas no le salieron muy, muy bien que digamos, ya que extrañamente la flecha nos indica que debemos correr hacia las olas, algo verdaderamente suicida, estúpido y muy poco inteligente. En fin. Detalles de diseño.

Llegados al Paseo Baquedano, el panorama cambia. Una horda de pequeños personajes semisalvajes vestidos con atuendos llamativos (o lo que queda de ellos)  venden collares, aros, adornos, carteritas y otras artesanías manuales a precio dólar. Me llama la atención algunas botellitas pintadas a mano, un grupito de muñequitos vudú postmodernos y las tuqueras, objeto con calidad de símbolo mundial para usos ilegales. Esta extraña tribu urbana se mezcla notablemente con los pseudoturistas que pasean por allí. De pronto se cruza un pelado, tatuado y con cara de asesino serial intentando regalar una flor de papel crepe a una integrante del grupo. Esconde algo siniestro. Lo siento. Estoy casi seguro. Dicho y hecho. Cuando sonríe, un diente plateado deja escapar un brillo metálico de su boca.

Me da un poco de "cuiqui" y rápidamente nuestro guía intelectual nos oculta en un bar llamado "Canto de Mar", el rincón del pisco sour mas famoso de la zona.

Ya ubicados y con vista principal hacia el centro de la Plaza General Arturo Prat (porque en Iquique todo es General Prat, el máximo héroe naval chileno que no le fue muy, muy  bien que digamos en la Batalla de Iquique ya que a la hora de saltar del "Esmeralda" para tomar el barco enemigo, su grito de "¡Al Abordaje, muchachos!" fue escuchado solo por el Sargento Juan de Dios Aldea, así que imagínense el resto de la historia que termino con un par de tiros.) nos entregamos a los placeres insospechados que esconde la bebida tradicional peruana adoptada por chile después de la conquista, el pisco.

Pedro, el cordial maître de la casa se encarga entonces de recibir nuestros pedidos ofreciéndonos además, alguna entradita, algún aperitivo masticable, un bocadillo sutil para degustar en composición con el trago ya pedido y fomentar así la sed.

Mientras esperamos, veo a un grupo de pobres pasajeros que aguardan, en vano, la marcha de un tranvía de madera cuyo maquinista pareciera haberse tomado el día. Ahí están. Sentados, con la mirada perdida en la nada misma, insertos en un mundo ausente, como grandes estatuas vivientes esperando, no se, moverse, trasladarse, algo, mientras avispados turistas les sacan fotos y mas fotos como si esto fuera parte de un espectáculo social gratuito de la zona.

Y al fin, Pedro nos entrega nuestros Piscos Sours. Mirando la copa a simple vista puedo decir que el trago presenta cierto color amarillento joven, bravo y fresco, bastante, con ciertas líneas alimonadas y una espumita mas que llamativa e hipnotizante. La copa esta como sudada por tal potencia, por lo que el trago me impresiona y algo me dice que debe ser digerido modestamente.

El bouquet es suave, acido y macanudo, con ciertas ondas ahuevadas proporcionada por las gotas de claras de huevos de ñandú pampeano, mezclado con cierta frescura marina y cierto parecido a alguna nafta, no se, me tira la Fangio XXI.

Ya en boca, la presencia contundente de los casi 40° de alcohol detalla a mis papilas gustativas y mi olfato que la cosa viene en serio. El destilado quema suavemente el interior de la garganta mientras la suavidad cítrica en combinación con el aterciopelamiento de la clara de huevo, calman el ardor.

Brindamos todos, como viejos camaradas de aventuras, tomamos, un trago, dos , tres y mientras el sopor y cierta  pesadez comienza a apoderarse de nosotros, Pedro, el maître chileno, nos trae, no se, como una picadita de mariscos cuyo nombre desconozco.

Hambriento y casi con ganas de apagar el infranqueable incendio ocasionado por el destilado, procedo entonces a hincar algo de la paila marina.

Creo estar estar desciendo a los infiernos. Es mas,  Belcebú abre la puerta, recibe mi saco y mi sombrero y me dice que pase. Allá voy a pagar todos mis pecados. Por un instante pienso en usar mi Kit de supervivencia (que básicamente consta de un sachet de agua y una pastilla de cianuro) para salir de aquel momento, pero desisto.

El erizo había pasado de mi lengua directamente al estómago sin ninguna compasión ni piedad. El sabor a barro orillero y estanco de dique o represa estaba en toda mi cavidad bucal y no había pisco que cure el momento. Me siento mal, comienzo a sudar. Tomo agua, mastico servilletas de plástico, le robo jugo de mango a mi hija, soda, sal, mostaza, mayonesa, pimienta, nuez moscada y nada. El asqueroso y repugnante amargo sabor de la traición marinera  comienza a hacer efecto en mi persona. Tiemblo, la vista se me nubla, balbuceo, intento contenerme pero es inevitable. El shock de yodo es inminente y el antídoto quedo en casa. Nada puedo hacer salvo despedirme de mis amados y mis amigos.

"Hasta la otra vida, compadres, ha sido un placer hasta este bocado" es lo ultimo que digo y cierro los ojos.

Había sido presa de la maldición de Simbad y las penurias de los siete mares, el erizo mortal.

No hay comentarios.: