Ahora que pasaron aun par de días desde la ultima degustación de vino, puedo hablar un poco mejor al haber recuperado parcialmente la motricidad de la lengua y el habla. Claro, ustedes dirán que esto no tiene absolutamente nada que ver con el blog ya que aquí, lo único que se tiene que hacer es escribir o teclear el post. Pero para que tengan una simple, escueta y casi vana idea de que crear esto, no es moco de pavo, parte de mi brainstorming creativo consiste en hablar en voz alta y cruda, cada una de las líneas aquí expuestas aunque esto acarree ciertos inconvenientes laborales como ser victima de miradas tajantes, huidizas y atemorizadas ante tal situación.
La critica, es este caso (porque sepan a uds. que a mi me gusta criticar) no va dirigida a una persona determinada, sino mas bien contra un genero literario reducido denominado “Leyenda que explica la virtud, la calidad y/o la cualidad de un vino a mortales dignos de ser quemados en la hoguera de Baco, generalmente colocada en una etiqueta detrás de la botella”.
Este genero esta como frito, out, muerto. Es hora de que se vaya al tacho junto con los chistes de abogados (fíjense que antes un chiste de abogados era piola, porque no habían tantos “doctores”, entonces tenia algo de novedoso, de gracioso, te sorprendía. Pero ahora con la cantidad que hay, el chiste ya pierde efecto, es común, repetitivo, no tiene espontaneidad y no tiene gracia. Con la frase explicativa del vino pasa lo mismo) Ya esta. Se corto. No va mas. Le pido a mis colegas que no se lea mas esa cosa. En serio, no tengo nada con el asunto de desburrar a los novatos bebedores de vino, pero sinceramente, esa etiquetita charlatana de la botella me tiene como recontra podrido (Nivel de indignación 10 en la escala de Jorge Jacobson).
La etiquetita esa de atrás en cuestión es la pieza fundamental de los holgazanes. De la gente degustadora que se agota de intentar descubrir en su paladar, el olfato y la vista, los magistrales secretos vitivinícolas, demostrando cierta duda ante la presencia tinta de un buen vino y que comienza a sucumbir en el agujero negro de la desdicha, la depresión y la derrota degustante por no captar el cuero o ahumado de un cabernet, la noble guarda en roble de un Malbec, el suave pomelo de un torrontés o el rojo rubí brillante de un vino joven.
Un buen amante de la etiquetita de atrás quiere resumir. Quiere impresionar. Hablar en voz alta. Quiere pasar a otra cosa. O sea, te tira el texto, todos escuchan y quedan en silencio. Es como la palabra del Señor. Falta que se diga, Amen. No quiere reflexionar sobre el vino, ni dialogar, ni quedarse un rato mas, ni adentrarse en la exploración sensorial del vino por temor al azar. Es la misma sensación que cuando se navega de noche cerca de la costa sin un faro. El amante quiere tirarte un balde de agua fría esperando que te quedes estupefacto con la boca abierta y cuando queres reaccionar – como en mi caso, diciendo algo así como “eso es una verdadera pelotudez” – te tira el retruco, “te dejo para que lo mastiques”, para luego retirase pensando que nos ha dejado el alma marcada.
Además, para que tengan una idea que que ese texto explicativo es realmente una porquería, les recuerdo que el soporte material no es un libro, sino una simple etiquetita de 6 x 6. Así que basta de leer etiquetitas de vinos mentirosas, no digamos mas esos textos y descubramos desde nuestra propia ignorancia, los vanidosos secretos de un buen vino. Salvo que atrás de la botella venga adosado un libro, aunque sea fotocopiado de “Biografía Secreta de este, ¡SU! Malbec ” enterito, enterito.
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