Una vez mas y saturado de las degustaciones conceptuales dentro de la categoría, que nosotros los chef profesionales llamamos la “Stone Food” o “Out Bomb Food” donde el plato aparte de generoso, debe ser letárgico, de larga permanencia en nuestro sistema digestivo, abandonamos el Revuelto Gramajo salteado con Chinchulines en grasa de cerdo” (menú que conmociono al mundo light) para acercarnos nuevamente al centro de golosinas mas cercano a la puerta del colegio para degustar, una menudencia infantil.
Esta hazaña arranca, como es de costumbre, temprano, tipo 7:00, pata pilas, en ayunas y con el único contenido en nuestro estomago del coctel de psicofármacos matutino (presión, depresión, colesterol, corazón, hígado, riñones, tripa gorda, clavícula, ojo derecho y viagra por las dudas) y luego de despertar a la infante y su progenitora para dirigirnos con urgencia al emprendimiento personal de Mifune Shiro Sato, un viejo combatiente vietnamita, traficante de heroína (ahora me explico la energía psicótica del estudiantado infantil) rehabilitado y reinsertado en la sociedad, ubicado actualmente en la paqueta esquina céntrica de Ramírez y Belgrano bajo el nombre de “Dulces Inyectables” prometiendo, sonrisita siniestra mediante, una experiencia inolvidable.
Luego de recorrer visualmente el contenido total del puesto en busca de algo que me llame la atención, encuentro un plato común de estos lugares, “Palitos de la Selva sin nada”, que básicamente consiste en Palitos de la Selva, sin nada. Una madre muy monona, envasada llamativamente me gana el lugar, desplazándome hacia atrás denotando cierto apuro. A la vista se aprecia su redondez, con cierta voluptuosidad curvilínea algo rustica y de tintes morochos con reflejos color miel que causan pavor, estupor, sopor, ardor y candor. En nariz el aroma es frutal, suave y etéreo, de acidez equilibrada a piel curada con ungüento humectante previo paso por sales de baño Carina Rabolini 2010. Sin embargo, tengo alguna reserva respecto a las características en boca ya que la simplicidad inicial mostrada en la cata, se transformo repentinamente en algo mas sofisticado y complicado al intento fallido de degustar el omoplato izquierdo, lo que genero cierta indigestión en la fémina quien comenzó con alaridos histéricos agudos sin entender el verdadero arte de la degustación de un bon vivant como yo. Demás esta mencionar la posterior presencia del marido y un par de oficiales de la ley a los cuales tuve que convencer de mis experiencias culinarias y lo extrema que son.
Pagada la fianza y superada esta situación, dos días después volvemos al lugar antes mencionado y elegimos del carro un objeto de extraña presentación. Un elemento digno de una película de espionaje, de esas donde el héroe se tragaba el papel con la contraseña de la bóveda antes de buchonear tal cosa al bandido.
El CANDYART o Lápiz Dulce.
Un extraño elemento nutritivo conformado por un lápiz bebible maridado con tres laminas de papel comestible. Luego de la apertura oficial procedemos a descorchar, por así decirlo, el marcador quitándole su capucho de plástico herméticamente sellado, lo que asegura una guarda perfecta y el buen cuidado del liquido a degustar. A la vista se observa un color, verde, como la manzana, solo eso, ver y ya, con ciertos destellos de rayos gama Hulkianos que denotan cierta agresividad. En nariz, manzana sintética, como el caucho, con dulzura suave y azucares elevados proveniente de manzanas muy maduras. En boca mas manzana, verde, bien verde pero con una acidez oculta que nos hace lagrimear silenciosamente. De inmediato tomo un rectángulo de papel y lo masticamos para maridar la bebida infantil. El sabor me retrotrae a la Capilla del Sagrado Corazón de Jesús, mas precisamente al Colegio del Salvador, misa de por medio, el sabor a hostia (algún día les contare sobre mi adicción a ellas y mi obsesión por comulgar unas 15 veces por misas para calmar mi flagelo). El efecto “Sanguche de Miga Seco” se hace presente y parte de esa cosa, mal llamada papel, se adhiere, como gato en cortina de living, en el paladar de manera espantosa. Mi lengua, algo adormecida por la bebida, intenta ciegamente con puños, dientes, uñas y todas las papilas juntas, desprender un masacote pegajoso y viscoso, ya mezclado con el lápiz, del hueco superior de la boca sin tener buenos resultados.
El Tour Gastronómico Escolar, de pronto se ve algo alborotado e intenso por la gente que me observa y forma un circulo alrededor mientras peleo por mi vida. Afortunadamente y en un movimiento felino, entra en acción, Mifune quien saca de una cajita un viejo calzador de metal (Mifune siempre sostiene que la presencia es fundamental para los negocios y usa mocasines bigotudos negros) y me lo introduce en la boca sin mediar palabra. A sabiendas del peligro, no puedo evitar la oportunidad y aprovecho. En boca sabe metálico, algo rancio y rudo, como los tipos de los 50’, con notas de guarda en madera húmeda (de cerezo si no me equivoco) y un paso alargado por calcetines sudorosos. Tiene dejos a pomada “Cobra” con final redondo y marcada astringencia química del cuero.
Mediante la ejecución física de una palanca de segunda clase, logra extraer la porquería de mi boca, la cual escupo. Luego de caer en el cordón, la cosa huye y desaparece rápidamente por la alcantarilla mas cercana. Para descargar el torrente de adrenalina producto del infernal sufrimiento, arremeto sobre una ristra de caramelos Fizz acompañados por un trago de ginebra de mi petaca personal. Pienso por unos instantes abandonar mi carrera, pero se que con tesón y estoicismo, todo sale. Deja el alma marcada, pero sale.
Días después, desde la Clínica Gastrointestinal del Centro, felicito a los niños héroes de esta infancia, con su espíritu indeleble y sus tripas de hierro por afrontar a esta experiencia a diario, me saco el sombrero y extiendo mi mano humildemente a ellos, pero yo prefiero ser encarcelado y azotado por mil moros musulmanes, que volver a probar el CANDY ART.
¡Cheers!
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