miércoles, 14 de septiembre de 2011

Enólogo desempleado se lanza a la cata indiscriminada de productos del carrito de golosinas a la entrada del colegio (El Retorno)


gallinitas de licor Festejando la venida de la primavera, que básicamente se presenta, oscura, turbia, humosa y algo dramática a la vista, puedo acotar también que muestra  tonos secos, duros y ásperos en lengua  y muy, pero muy  terrosa en paladar. Pero la agresividad anteriormente descripta contrasta efectivamente con el aroma floral de lapachos y azahares, que por momento se confunden con la acidez de la celulosa y algunos tintes nauseabundescos, símil levadura fermentada, provenientes de la planta de tratamientos de de Agua de los Andes en finca el pongo; es que me dispongo a degustar un objeto de deseo, un mítico e imborrable elemento infaltable en las mesas de los cumpleaños, kioscos escolares, cotillones y bazares. La simpática y siempre bien ponderada Gallinita.

Como Dios manda y sabe, claro, que jamás dejo de festejar, siempre hay un motivo, acompañado por mi hija, nos dirigimos directamente hasta el  carrito escolar mas cercano, atendido por Rodney, un simpático hombre que esta intentando dejar la heroína y siempre nos entretiene contándonos sus relatos y aventuras en Edimburgo, para localizar el producto en cuestión. Debo admitir que la espera y el amontonamiento de una horda de pequeños escolares comportándose como una manada de pequeños simios, casi se torna violenta luego de forcejear con algunos de ellos, situación tal que fue reparada con mi gran sonrisa diplomática. Desde luego, jamás pensé en aceptar la irreverencia infantil pero nos sirvió como estratagema para llegar al objetivo. Ser atendidos.

Con paciencia monacal recorro visualmente el amplio catalogo multicolor de objetos gastronómicos escolares y otros artículos como pañuelitos, lapiceras y afines hasta dar con tan deseado objeto fetiche.

Una “Gallinita de Licor”, “Gallinita dulce”, o en términos machistas y en complot con la Asociación de Hombres Bien, Bien Hombres de San Salvador (cabe acotar que quedan muy pocos ya) el denominado “GA-LLI-TO”.

Ya en mano el producto, se presenta en envoltorio de plástico transparente, sin sello, letras, dibujos, fecha de vencimiento, numero de lote ni estampillas de la AFIP, por lo que dudo un momento proceder a la apertura y llamar a Bromatología para que le den su merecido. Pero desisto, los atractivos reflejos del dulce me hipnotizan y me dejo llevar por el placer de un gran bon vivant.

En su interior se aprecia la figura artesanal en forma de canastita talladas con las propias uñas del orfebre y en la parte superior, no se, el cuerpo deforme de un gallináceo con un adorno en la cabeza. Cuando me dispongo a la apertura del plástico, sorpresivamente y por acción de empuje, un padre (muy parecido al actor Christopher Lee) me hace tirar el preciado trofeo por lo que esputo mi disconformidad a lo que me responde “¡Perdón”!, para luego huir por Ramírez hacia San Martin.

El acto de reposición significo $0.50 de mis ahorros personales, pero valía la pena.

Puedo afirmar que a la vista presenta un color uniforme, suave, aterciopelado  de curvas exigentes, con destellos tornasolados y verdoso,  algo pálido en base. El cuerpo es deforme, la verdad, no se porque la llaman gallina o gallo, asemejase a “La Cosa” mas bien. La canasta bien lograda abre el apetito del mas refinado gourmet por lo que me propongo a hacer la primera incisión dental.

Procediendo a la decapitación formal del objeto, demostrando una gran precisión dentaria, percibo en boca las primeras notas azucaradas de la pasta base con tintes cítricos que violentamente invaden mis papilas gustativas. De aroma intenso, ácido, con perfume a frutos rojos, negros, verdes, azules y amarillos y algo de anisado y afrutado, vierto el liquido en el interior de mi boca. Mezclado con ayuda de las muelas y la punta de la lengua, logra, al entrar en contacto con la saliva, un proceso de fermentación química instantánea bastante lejano al que se logra en cubas de roble, pero no por ello despreciable. Un poco mas de  saliva para que el resultante “bolo” quede en suspensión, un poco de paciencia – es conveniente contener el líquido en la cavidad bucal unos quince minutos para logar homogeneidad, y ¡presto! De pronto tenemos, en el interior de la boca, un excelente ejemplar vigoroso y seco, generoso, con tonos a lavanda, arándanos, papándanos, tábanos y habanos, agudo en el fondo de la boca y sospechoso en la punta de la lengua. Quizás, en vez de un almíbar empalagoso, corpulento, redondo y obtuso con la características de su terroir natal, hubiera optado por una buena cantidad de Ginebra Llave Etiqueta Negra, para cortar el dulzor, pero creo que a los infantes le pegaría duro a tempranas horas de la jornada. Sugerencia. Solo eso. Lo único que lamento es no tener en mis manos, unas codornices rellenas con almendras y salsa de ciruelas negras para acompañar esta degustación.

Una vez mas, este fiel servidor de padres desorientados a la hora de comprar golosinas se retira, no sin antes aclarar que ya tiene reservado un turno con el gastroenterólogo del hospital mas cercano para un lavado gástrico intestinal porque muy, muy bien que digamos, no me siento. Gajes del oficio que le llaman.

Cheers!!!

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