Aprovechando las escasas energías que me quedan, tomo esta oportunidad que el día digna en ponerme al alcance de la mano para en este humilde y emotivo acto, felicitarme a mi mismo, por mi persistencia, por mi obstinación, por mi empeño cuasi pluscuamperfecto (así se dice, creo) en una tarea, una misión que ya lleva dos décadas.
Felicítome, congratúlome, reverénciome, salúdome, abrázome, estrújome a mi mismo, con el poderoso influjo del amor incondicional (símil al de una princesita vestida de rosa que se encuentra con su príncipe azul luego de una extensa cruzada por territorios hostiles para llegar a sus brazos), aunque les recomiendo que si alguna vez lo hacen, por favor eviten el horario laboral o estar cerca de alguien, no se vería muy bien esos minutos de autoconocimiento corporal cariñoso para con uno mismo detrás del escritorio o en la sala de reuniones. Suele generar cierto alejamiento del personal laboral y la presencia urgente de la psicóloga de la empresa para una evaluación de carácter urgente con posibilidad a telegrama.
Veinte años. Con eso te digo todo. Tirando manotazos de ahogado recurro a mi esquiva memoria para dar con el preciso momento en que me sumergí en esta aventura de parejas.
Resulta ser que allá por el año 89, un 9 de setiembre, quien suscribe la presente y con una buena cantidad de años menos (digamos 20), era un dulce y tierno niñito de bermudas y remeritas rayadas que paseaba desprevenido por las pasarelas salvajes que adornan las cataratas del Iguazú, cuando fui interceptado por mi actual mujer, que en un juego de conquista me robo de los brazos de mi mami. En realidad me abordo dentro del colectivo en el que juntos viajábamos.
Bueno, tampoco vamos a entrar en detalles. Pero el largo camino recorrido hasta la fecha, ha sido como la de un verdadero héroe, por lo que creo en mi humilde opinión, ser merecedor de, ponele, la Cruz Laureada de San Fernándo, por el heroísmo extremo.
Partamos de la base de que una vez en relación, el buen soldado tiene dos opciones, o retirarte por diversos motivos aplicando el viejo dicho "soldado que huye sirve para otra guerra", o enfrentar el reto indiscutible, la batalla psicológica, mediática y física de "entender a la mujer".
Los viejos tiempos de las medias tiradas, los calzones sucios, la tapa meada del inodoro, el viejo "sanguche" de milanesa con moho en la heladera, la libre expresión de nuestras entrañas dejando libre nuestros gases, algunos eructos y un sin fin de artilugios propios de la soltería, pasan a ser cuidados, observados, cercenados por la presencia de "ella" la que nos desvela.
Pero al principio viene fácil. Porque todavía, uno vuelve a casita de mama, donde el buen soldado es consentido en todos sus aspectos. Pero arrancada la convivencia, la batalla comienza en un día a día constante.
Términos casi desconocidos por el soldado adolescente como "ayudame", "compartir", "colabora" se mimetizan con la pregunta que suele aparecer un buen tiempo después: "¿Me queres?", "¿Me amas?" o la extrema, complicada y casi inesquivable situación donde nos asaltan siendo primereados, sorprendidos con un estricto y preciso "¡Tenemos que hablar!" a las 2 de la mañana un día Martes o Miércoles.
Detalles de la convivencia que ningún servicio militar obligatorio o que ninguna Universidad de Maassacchucseetettststs (que parece que es la cunita de cerebritos que siempre investigan de todo) tiene incorporado en su plan de estudio.
Así tuve que enfrentarme a las diferencias entre ambos, que asomo su gigante cabeza detrás de una heladera para enloquecerme con la triste pulseada en la elección del color de un tapizado, el modelo de una cocina, las ventajas de un lavarropa Whirpool (desconocida por mi y aprobada por unanimidad por la familia de mi mujer como si tuvieran un pacto demoniaco con Philips), el tipo de cortinas, que aspiradora comprar y sobre todo la lucha diaria por el "power" sobre el control remoto, el dominio total de la grilla de canales de acción y películas contra las frecuencias de programas de chimentos y moda actual.
Veinte años de un combate cuerpo a cuerpo, donde la escoba, el yerbero, la taza o un Barney de peluche es una arma afilada como una sevillana gitana.
Y aquí seguimos lidiando con las mismas cuestiones pero sin las pastafrolas ni las tortas galesas, elementos usados cual anzuelo para atrapar a este descuidado taurino que supo degustar ciegamente de los placeres que el pecado capital de la gula, en los inicios de la relación.
Podría detallar también algún bocadillo de los otros pecados como la lujuria, pero no quiero ventilar mis intimidades, salvo sea Oliver Stone que quiera mi historia para un documental al cual podría titular "20 años. Un relato de coraje y valentía" o algo así.
Por ahora, cumplo con la entrega oficial de media docena de rosas rojas y una caja abultada de bombones de "Bonafide" para arrancar el festejo veinteañero.
Señores. Señoras.
Esta historia continuara...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario