viernes, 14 de agosto de 2009

La alquimia de sus manos.


Manitos

Sentado en esta mañana algo gris, un poco fresca y como de costumbre, mirando a través de mi ventana, intento llegar un poco mas allá de la comprensión humana para develar algunos misterios.

Y es que a lo lejos, y como a veces le digo a mi querida mujer, entre juegos y sonrisas, sigo sintiendo que llevo un niño oculto en mi interior. No se si es bueno. Tampoco si es malo. Algunas  recriminarían esto diciendo cosas como ¡Ay! que inmaduro es o esas banalidades llenas del clásico histrionismo feminista. Pero me tiene sin cuidado.

Pero me recuerda, sea o no sea dicha condición, que alguna vez fui niño en carne y hueso, en alma y corazón. Y que en algún punto de mi vida, tuve la carencia afectiva de un padre, que por algún motivo, valido o no, decidió alejarse en busca de nuevos horizontes.

Y por detras, en las valijas del recuerdo, con él se fueron algunos sueños, las cálidas tardes de pescas, los remates al arco en las siestas de otoño, el campamento de caza en algún bosque perdido. Esas cosas típicas de vivencias y experiencias de familia pero que tampoco son determinantes para un verdadero desarrollo humano, deseos, querencias. Se las pueden tener. O se las pueden obviar.

Mas allá de todas estos "detalles", lo que mas queda al aire es la parte afectiva. Esas actitudes que uno percibe, ya sea través de la piel, de las manos, de una mirada, una caricia, algún gesto amable que denote contención. Y es allí donde la falta de un padre se siente. En ese lugar que nadie suele ver.

El Corazón.

A partir de allí, la vida cobra otro sentido. Los sentimientos toman otra forma. Uno crece con eso, y como tal trata, en un futuro no lejano, no repetir los pasos de sus antecesores. Lo dice sabiamente, y luego de pseudos estudios, la psicología moderna en algún libro.

Entonces justo ocurre la metamorfosis. Como un gran alquimista de viejas tierras místicas, se transforma esa carencia en abundancia. Elige otro destino, otro rumbo, separando con conciencia, alegría y amor, aquello que alguna vez fue dolor, odio o tristeza o simplemente una suave nostalgia.

Todo cambia, lo negro se vuelve blanco, el llanto es risa, la sombra se hace luz y de pronto eso que oscurecía bajo el manto de una noche larga, brilla reflejada por el sol con la intensidad absoluta del cristal mas puro.

Luego, con el pasar del tiempo, uno sube un escalafón mas arriba en esto de existir y pasa a ocupar el peldaño abandonado. Así el milagro de la vida entonces se abre paso entre la marañas carnales de la mujer. Minúsculo y casi imperceptible los primeros minutos de la existencia empieza su largo camino con destino desconocido.

Los primeros latidos que movilizaron aquel raro aparato llamado ecógrafo tuvieron la fuerza suficiente para doblegarme enteramente, nublarme la vista por unos segundos y sentir que mi cuerpo ya no era tal, sino mas bien un algo imposible de sostener, por lo que tuve que sentarme, agachar la cabeza y respirar para volver a recuperar el equilibrio.

Y así fue como se manifestó por primera vez en mi, la presencia de mi niña.

A los ocho años de todo esto puedo llegar a cierta conclusión.

Que el tiempo vuela, pasa, se escurre de las manos. Y que también al mismo tiempo, aquello que fragilidad, inocencia, ternura, delicadeza, pequeñez, suavidad, babeo y cierto silencio contemplativo en sus inicios, hoy en día es acción, movilidad, curiosidad, ansiedad, crecimiento, energía y alegría.

Y el ciclo se repite. La rueda gira. Y al mismo tiempo se transforma, entonces todos, en algún punto, somos alquimistas y tenemos esa animo oculta, esa energía para cambiar con la fuerza del corazón y la sabiduría del alma, todo aquello que nos atribula.

El tiempo pasa.

Se escurre de las manos.

Se filtra entre los dedos. Y cuando nos damos cuenta, en algunas ocasiones, puede resultar tarde para recomponer un pasado trunco.

Hoy la alquimia sigue dando sus frutos. En el día a día. A cada hora y en cada minuto. En otoño o en invierno, a la noche o a la mañana.

Con pañitos fríos.

Con algún grito.

Con algún enojo.

Con un rezo nocturno.

Con una mirada.

Con un abrazo.

Con su compañía.

De principio

A fin.

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