Y arranca de esta manera, Agosto. Sin anestesia ni cloroformo alguno, de un sopapo hecho y derecho, es que ya su primer día ofrece el aperitivo que antecede a la fiesta descontrolada que suele ser este mes. Resulta ser que el mal esta entre nosotros y, salvo el DNI, les puedo dar todos sus datos particulares.
Agosto pareciera ser nada mas y nada menos que un gran campo de entrenamiento militar lleno de diversos obstáculos.
Para empezar largamos así de una, con esto del ritual de la pachamama. Esta bien. No tengo nada en su contra, es mas, vengan las buenas ondas, los pedidos agrícolas y las solicitudes a las deidades prehispánicas en busca de buenos augurios económicos (aunque observando el panorama, me parece que estamos mas cerca del puré de molleja que de los bocadillos de caviar).
Es así que el primer día de este fiasco mes, aparece un personaje odiado por algunos, amados por otros (yo todavía estoy deliberando donde me ubico, no vaya a ser que me confunda de lado). Generalmente de baja estatura y arraigado a las viejas costumbres que sus ancestros se encargaron de forjar en su persona, hace la aparición este pequeño traedor de humos.
Don Máximo Arsenio Casstro, de profesión sahumador.
Hablando a ciencia cierta, nos confiesa que solo trabaja un día al año pero es tal la dedicación que parecieran 365 días. "Esta tarea titánica no puede lograrse fácilmente a menos que uno ponga todo su esfuerzo, su concentración, su empeño y sobre todo la aplicación de antiguas formulas matemáticas en lo que al ordenamiento de carboncitos en la pala se refiere para obtener una buena, precisa y humeante ignición de diversos elementos sahumadores" nos explica don Máximo, mientras acomoda unas cuantas hojas de coca en su boca para armar el "acullico" y darle un taco al toro, aprovechando la ocasión de invocación.
Es así que observamos como, luego de un par de horas jugando con algunos trozos de briquetas, pues nos explica que el carbón común viene medio flojito o húmedo y no prende rápido, procede lentamente al encendido de las mismas rociándole, no se, creo que medio litro de Fangio XXI. La llamarada provoca una gran explosión de la cual Don Máximo no sale indemne, pero observando ya sus chamuscadas manos, una parte faltante del flequillo ampliando su frente hasta la mitad de su cabeza, la falta de cejas y pestañas y algunos injertos en los pómulos puedo deducir que esta curtido absolutamente ante este tipo de situaciones y no es mas que un pequeño obstáculo entre la tradición y el rotundo éxito de la misma.
Una vez encendidas las briquetas (y cierta parte de la habitación que tuvo que ser apagada con un matafuegos y un par de baldes de arena) nos comenta que la mezcla secreta para encender depende de la situación y el lugar, por lo que la elección de los elementos a quemar son elegidos luego de un exhaustivo brainstorming realizado entre los chamanes mas tradicionales.
Es así que una bolsita con mirra, incienso, sándalo, copal, benjuí, ruda (¡macho!), romero, estoraque, laurel, pétalos de rosas, lavanda, limón, hojas de alcaucil, albahaca, perejil, estragón, alguna ralladura de nuez moscada, pelos de gato, unas viejas facturas de luz, granos de pimienta, ramas de "Koa", hojas de coca, el testamento de la abuela, una foto del CHE, grasa vacuna, un frijol, dos porotos, maíz pisingallo, cuarto de bife ancho, medio de costilla de cerdo, un par de hamburguesas y aquí paro de contar porque me resulta algo confusa la tarea de identificación (creo que algo se mueve allí, pero no logro ver bien); es abierta y desparramada arriba de las brasas.
Y allí comienza el espectáculo para unos pocos y la huida para otros. Levantándose en una espesa cortina, el humo, primero blanco, luego gris comienza a alzarse densamente dentro del habitáculo. "¡¡Fumata Blanca!!" escucho gritar a don Máximo al tiempo que retruca "¡Salu!". Me parece que es una botella de ginebra. La poca visibilidad hace que por momentos perdamos de vista al chaman, algo exaltado por el alcohol mientras escucho algunas palabras aimaras llamando y pidiendo por los mortales. Mi ojos, enrojecidos no dejan de lagrimear por un intenso ardor. Además escucho toser a la gente que, en vano, intenta escapar de este cúmulos, veo siluetas, sombras, algunas chocan con la pared, otras maldicen. No se si se tratan de vagos espíritus malignos que espantados por la humareda, intentan retornar a su hogar. El mismo Infierno.
Entra a gerencia, pasa por la cocina, sahuma mesa de entrada, inutiliza con el humo mortífero el departamento técnico y embota el pasillo. Un desprevenido empleado es sorprendido en el baño. Indefenso e inhabilitado visualmente y casi ahogado intenta encontrar el rollo de papel higiénico. Se topa con un cepillo de bidet, con una virulana, la esponja de acero. Se aferra desesperadamente, como un naufrago al salvavidas, de un viejo y oxidado Poett "Aromas de Bebe" (No se si de cuajada, popo o pepe) , pero nada puede hacer. Distingue mentalmente un viejo recipiente de lavandina. Por unos instantes piensa en suicidarse. Desiste. Procede a sacarse una media y salva la situación mientras Don Máximo grita poseído "¡Yipieee yipiee yay yayay yay!".
"¡Soy el hijo de la Pacha!, ¡Soy el ahijado del Carnaval!, ¡el sobrino del Inti Raymi! ¡Nieto del Coyasullo!" grita enloquecido don Máximo mientras corre enajenado por todas las instalaciones al tiempo que los oficinarios huyen despavoridos de la nube que deja a su pasar.
Me despierto dos días después, y medio, en un nosocomio local donde, atendido por asfixia y entubado (en el buen sentido de la palabra), una maquinola me devuelve mi dosis vital de oxigeno y vuelvo para contar esta historia. Nada se supo de Don Máximo Arsenio Casstro, que. misteriosamente desapareció aquel día sin dejar huellas, salvo los restos incinerados en una pala de metal y algunos transeúntes ocasionales.
Pero de algo estoy seguro, el olor perdurara untado en todas partes por el resto de los días de este mes..
Agosto.
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