jueves, 27 de agosto de 2009

El Alemán: Anécdota germánica sobre la obsesión del bolsillo.


filtro cafe Estaba acabando mi segundo termo de mate cebado, al cual por gusto y deseo suelo colocarle algunas cucharitas de miel sobre todo si estoy en invierno, cuando de repente recordé a un viejo compañero.

Esta empresa son de aquellas que veces sorprende por la gente pasa, que entran y quieren cambiar el mundo donde vivimos, ansias de cambiar el sur por el norte y el este por el oeste, llegando a los extremos de la discusión y la falta de comprensión, ya sea en cualquiera de los lados y resultando en una renuncia o u despido.

Claro que uno de los beneficios mas grandes de plantar una renuncia es el mismo hecho de sentir a libertad de hacerlo, de palpar la sensación de patear el tablero, tomar uno mismo el toro por las astas y sorprender a una cúpula que generalmente esta como anestesiada por un tradicionalismo que viene arrastrado por muchas generaciones.

Ralph es alemán. Extraño y con un español bastardeado y duro, pero defendible y entendible según la Real Academia Española, vino desde su país natal a instalarse en nuestras tierras luego de conocer a su mujer cuyas raíces están arraigadas en estos valles. La búsqueda de un futuro mejor y nuevos horizontes lo llevo a aterrizar en nuestra empresa, obviamente un par de años antes que yo llegase.

De parecido singular con Art Garfunkel, el gran cantante nacido en el 41 y popular en la dupla con Paul Simon, con ensortijados rulos rubios, frente amplia, tez blanca típica germana, de grandes lentes que le daban un toque ciertamente científico, alto y delgado, de extraño caminar, fue el encargado de conseguir y administrar los datos climatológicas de la empresa.

A su cargo estaban las estadísticas de lluvias, temperaturas y todo lo relevante a las condiciones del tiempo. Alertas, cálculos, extensas planillas Excel enlazadas unas con otras, acumulaciones enmarañadas de datos que solo el comprendía y que nadie, una vez que renuncio, pudo desentrelazar para sacar algún grado centígrado solicitado. Quizás mañerías. Quizás adrede o no, vaya uno a saber, pero mas de uno de los directivos puso el grito en el cielo cuando no tenían acceso a lo que necesitaban, situación tal que los obligaba a llamarlo diplomáticamente para evitar quisquillosidades caprichosas de ambos lados.

También estaba al mando de un sofisticado sistema de información geográfica o GIS. A causa de ello, podía verlo correr con mapas viejos, planos, fotos, carpetas y toda una serie de papeles enrollados o no, en busca de una tableta digitalizadora para capturar los datos. ¿De compras? Si, medio zorro y algo astuto (pero con pocos pelos) en las negociaciones con la comisión, siempre obtenía lo que necesitaba. Estaciones meteorológicas, pluviómetros, GPS, antenas, radio, software, recursos humanos y un sin fin de elementos mas para administrar absolutamente toda la faceta técnica de climatología.

Como típico europeo de naciones que sucumbieron en la 2° Guerra Mundial, llevaba en alto la bandera del ambientalismo. Constantemente denunciaba la existencias de basurales en zonas cercanas a los canales, en las aguas de los diques, las contaminaciones con determinado agroquímico fuera de la ley, el desmonte indiscriminado y la deforestación de las cuencas en general.

Odiaba a muerte el desodorante de ambiente. Y no solo eso, sino también cualquier desodorante, lo que lo dotaba de cierta particularidad olfativa sobre todo los tórridos días de verano. Cada vez que alguien rociaba el desodorante en el espacio aéreo de las oficina, saltaba de su silla con rueditas de oficina gritando a los cuatro vientos:

_ "¡Pegro que haces!... ¡¡Tu me quiegues matag¡¡ , ¡¡No puedes dejagr de tirar esa cosa aquí!!

Y salía corriendo a la playa de estacionamiento dejando todo abierto. No se si es bueno o no. Seguramente que por escaso nivel cultural, mis cortos conocimientos y la poca concientización de mi sociedad en el tema ambiental, merecería ser cocinado en un caldero infernal con todos los ministros infernales por tal ofensa.

Cierta vez una gran amiga mía y compañera de trabajo fue presa de un destino inesperado que los ubico a los dos en un mismo espacio y tiempo, en una reunión en las afueras de la ciudad, en un lugar naturista, karmático, nirvánico, donde un grupo de personas se juntaban a entregarse a la contemplación del universo, a la lectura del cosmos, a las manifestaciones energéticas de las estrellas, del sol o someterse a las tradicionales deshidrataciones en un tezmascal.

Allí en un momento de la tarde, pudo ver a "Alemán" nadando, flotando, zambulléndose en las profundidades de una pequeña lagunilla como una nutria (en el buen sentido del termino) hasta el hartazgo. Abandonando casi el éxtasis húmedo comenzó a acercarse a las orillas para salir.

La estampa de él saliendo del agua a cuerpo desnudo, como Dios lo trajo al mundo o como vulgarmente llamamos algunos, "culo pila", mataría de envidia a su compatriota Albrecht Dürer, mas conocido en la jerga española como "Alberto Durero", creador de las tablas de Adán y Eva, por no haberlo tenido de modelo allá en el año 1507.

No se si en este cuadro descripto, omito algún detalle, no lo recuerdo, pero si me queda con certeza, que mi amiga quedo como estupefacta por lo presenciado. La gran obra maestra de la naturaleza había sido vista.

La tacañería (o el ahorro extremo) venia también en su sangre. Y esa eran de las cosas que me chocanteaban. Decir que Lufthansa tenia un servicio inigualable, que su país es superior al nuestro y toda esa cuestión comparativa entre una nación proactiva, generadora, productiva y resucitada de un holocausto bélico que sumió a toda su población propia y ajena en las ruinas de la guerra y que eligió aprender con conciencia, con otra que todavía no puede mirar adelante y sigue inmersa en los banales recuerdos de dictaduras pasadas, democracias jóvenes, inertes y con gobernaciones interrumpidas  y todo lo sucedido en el pasado, que sigue sin poder mirar hacia adelante,  con mínimos y casi nulos deseos de superación como nación, resultaban conflictivos y molestos para algunos.

Si algo tiene el jujeño es la capacidad de compartir. Galletas, bizcochos, quizás media lunas, los mates. Virtudes que en un ambiente laboral son tan naturales como el dulce de cayote.

Por el contrario, si Ralph  gastaba 50 centavos en un par de gomillas, el presentaba ticket para la devolución, si gastaba 1 peso en algo presentaba factura. Pocas eran las ocasiones que el invitaba algo en la oficina. Cierta vez trajo una bolsa de bizcochos, fue un lunes de setiembre si mi memoria no me falla. La dureza era tal que parecían hechos de hormigón armado. Después no enteramos que eran del sábado anterior y que sobraban en casa.

Cosas. Cuestiones culturales. Sociales. No se.

Pero una vez me tente. No pude con mi genio. Ya lo conocía lo suficientemente como para reconocer sus puntos débiles.

Entre los vicios del alemán estaba el café. Fuerte y oscuro como petróleo, él solía tomarse unas buenas tazas durante el día.

Aquella vez, temprano y ante la falta de filtro para la cafetera, tomo la chevrolet corsa y salió a comprarlos. Volvió a los pocos minutos con un par de cajas de filtros N° 4 de 40 unidades "La Virginia". Preparo el café y se fue a su oficina a cumplir su labor desocupando la cocina a la cual entre posteriormente a preparar el agua para mi mate.

Las cajas de los filtros habían quedado tiradas. Una abierta. Otra cerrada. Y en el medio estaría el objeto, que al igual que el fruto prohibido del paraíso, reposaba inocente al alcance de la mano de cualquier mortal.

La factura tipo "B" con el detalle y el sello de pagado de las cajas de filtros por 6 u 8 pesos. No recuerdo bien el valor, pero en el uno a uno y hace años, eran chauchas.

Me quede inmóvil. Y no tenia a una Eva que me tentase, que muerda la manzana, la saboree y luego me incite a tal pecado. Me reí imaginando primero la reacción del alemán. Levante la cabeza. Medite. Mire por el pasillo la puerta de madera al final del pasillo y volví a reír cómplice conmigo mismo, como triunfante, como un exitoso científico que descubre la cura a una enfermedad.

Tome la factura olvidada por Ralph, la lleve a mi oficina y la rompí en mil pedazos. Pequeños trocitos de papeles destruidos y arrojados al tacho debajo de mi escritorio.

No se porque, pero había sentido cierto placer en cada corte. Como una reivindicación del tercer mundo ante una potencia extranjera. La venganza cruel y despiadada al capitalismo salvaje germano.

Y la desesperación se hizo carne mas tarde, cuando a las dos horas, mas o menos, el alemán se dio cuenta que no había rendido aquel papelito impositivo para su reintegro. Entro a la cocina y comenzó el espectáculo. La locura por los ocho pesos gastados y no recuperados vinieron a Perico y usurparon el cuerpo y la mente de este extranjero.

Busco bajo la mesada. Entro a mi oficina a preguntarme si no había visto un comprobante a lo cual respondí, con total autoridad y sin culpabilidad alguna que no. Volvió a la cocina, reviso el tacho de la basura, miro debajo de la mesa, salió y fue a su oficina. Desde la mía escuchaba un abrir y cerrar de cajones enajenado, una revolución de papeles hojeados y revueltos con cierto nerviosismo. Paso entonces a otra oficina, a la del Encargado administrativo a preguntar si no le había dejado la factura. No. Tampoco estaba allí. Bajo a la playa de estacionamiento. Reviso de arriba a abajo la corsa. Volvió a subir, entro de nuevo a la cocina y así estuvo casi una hora mas enroscado en una salvaje búsqueda de aquel papelucho blanco que le devolvería la tranquilidad financiera a su bolsillo germano.

A la tarde se tomo el trabajo de repetir los mismos movimientos. Sabia yo entonces que su lado flaco era ese. El bolsillo germano. El ahorro extremo que roza la tacañería vulgar. Nunca en mi vida había presenciado una obsesión por recuperar algunas migajas de dinero. Me reí. Mucho. Disfrute. Y hasta reflexione por segundos sobre las andadas de Pizarro, Cortes y otros conquistadores cegados por la tentación el oro indio y su afán de conseguirlo a toda costa. Disfrute el momento.

No se si es bueno o malo. No estoy acostumbrado a eso. Ni lo voy a estar. Aquí, en estas tierras, el ser humano suele dejar pasar algunas trivialidades. Muchos actuaron alguna vez el corazón, gastando esos  8 o 10 mangos sin recurrir luego al manto piadoso del reintegro en el ámbito laboral. Esta escrito en las venas de nuestras raíces. Nuestro enfoque esta en otros puntos que van mas allá de todo eso y confundir el ahorro con la miseria es un error que a veces ciega al ser humano dejándolo varado en un mundo de soledad y frialdad material, separado del lado humano, del lado sensible y comprensible de que un gesto a veces vale mucho mas que un par de monedas.

Me pegaran un par de bofetadas en el infierno, pero nadie me quitara la hermosa y simpática experiencia, que me ha sido servido por el destino en bandeja, de esta anécdota germánica sobre la obsesión del bolsillo.

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