viernes, 20 de mayo de 2005

La tarde de las rosas y los jazmines.




Entre las rosas y los jazmines se encontraron los dos. Sentados en un banco a la luz de un atardecer demasiado suave y entero.
Se miraron a los ojos atravesandose las pupilas en secretos deseos de carnes y sudores bañados de temores y una que otra duda sobre si se volverian a ver o no.
La mano de él acaricio suavemente la piel agitada y serena de aquella mujer triste y solitaria que todavia, de tanto andar, no habia encontrado el camino de su amor, el destino de su sentimiento ni el refugio cuya imagen deambula latente en su interior.
Los abrazos no se dejaron intimidar por el ruido de la gente perturbada
Un blancos candores del perfume del jazmin los envolvia como una seda de amores y despedidas, de miradas sensibles y roces calientes. Un par de labios humedos rodeado de los tiernos amarillos de aquellas rosas que los iluminaban, reflejando los colores ocres de estas tardes naranjas.
Rosas y jazmines. Solo testigos de aquella tarde.
Quedaron los dolores de las espinas verdes.
Quedaron las fragancias del polen joven y enarmorado.
Quedaron los suaves petalos amarillos de las pieles uniendose entre las sabanas verdes de sus hojas.
Quedaron los estigmas envueltos en mantas perennes de amores fragantes que sienten y abrazan.
Quedaron tendidas las rosas y los jazmines sobre el lecho, sintiendo el suave calor de esa tarde.
Un atardecer donde los sueños viven presente, donde los sueños besan, sienten, abrazan, rien y lloran.
Un atardecer de rosas y jazmines.
Un atardecer para ellos dos.
(Que tengan un buen fin de semana. Me llevo la fragancia de estos jazmines a mi casa. Pero te los dejo aqui para que los vivas, los sientas.)

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