Este fin de semana, aparte de sobrevivir artesanalmente (y digo artesanalmente porque el presupuesto mensual/anual no da para andar dándome lujos de niños ricos bienaventurados por el mundillo económico; como es comprar un Split de 4000 frigorías) el calor inadecuado para mis hemorroides, metiendo mis patitas algo hinchadas y moradas en una palangana de zinc que era de mi abuela, me entregue de lleno al mundo insano de la carpintería domestica, característica nonata adquirida en mi infancia y que descarte el día que me revente el dedo pulgar con el martillo.
Resulta ser que las exigencias y demandas, también domesticas, que la patrona profería contra mi persona por un lugar donde reposar cuerpo en esos momentos lúdicos y relajantes frente al televisor, procedí a realizar la compra de un futon.
Basto la simplicidad intrínseca del click monosilábico del mouse, para realizar la compra a través de Mercado Libre.
La experiencia de la compra online sigue siendo enriquecedora, salvo por algunos obstáculos inadecuados, como preguntar, averiguar y sobre todo tratar de convencer a tu subconsciente o tu otro yo, ese yo cagon y vulnerable que te dice cosas como "¡Che flaco! No se, me parece que este es un garca", o "¿Y si te mandan un fiambre, en vez de lo que pediste?" y toda esa paranoia existente en el mundo virtual y al que uno puede sucumbir en estos casos.
La cosa es que compre y pague. Admito, si tuvo su pequeña demora, pero la noticia del arribo del majestuoso ornamento hogareño fue una gran alegría.
Una alegría que se disipo como la lluvia que no es, por culpa del viento norte.
Resulta ser que los señores de La Sevillanita no pueden, no deben, subir cosas ya que la entrega es puerta a puerta. Tratar de convencer al empleado que la puerta de mi departamento esta tres pisos mas arriba por las escaleras fue imposible.
Siempre pensé que este tipo de trabajo era una cosa de niños, una jugarreta.
Nada mas falso. El arte del subimiento de cosas pesadas por las escaleras requiere conocimientos de física básica y avanzada como volumen, masa, palanca y potencia, todo esto acompañado de un verdadero desarrollo motriz propio de un adulto.
Hay que saber como subir, como pisar la escalera sin morir aplastado por el inmenso colchón de ecocuero naranja, como vencer el temible ángulo de 45°, como transpirar la gota gorda un día de 40°C y oler a bebe recién entalcado. Toda una ciencia.
La simplicidad y la comodidad transformada en una verdadera arma mortal que podría rodar arrasando todo lo que encuentre en su camino.
Subido el futon y desembalado, se apoderó de mi la cruenta realidad de que nada tiene de sencillo una compra por internet y que los pernos y tarugos de la estructura de madera se ausentan de mi vista.
Luego de revisar todos los envoltorios, de proferir los insultos correspondiente al vendedor del producto, de maldecir el agobiante día, de sacrificar una cabra negra y tomarme un pisco helado, procedí a acurrucarme en el piso, en posición fetal y llorar como un niñito que fue rechazado por su amor inalcanzable.
Unos piscos después, vuelta la corajuda presencia de la hombría casera del macho alfa y descartada las actitudes de niña lloroncita gracias a una explosión de testosterona, procedí a descargar mi agresividad con el perro de la vecina, la vecina y el marido de la vecina, para luego entonces a salir en la búsqueda de los tan malditos objetos faltantes.
La alegría me abraza tiernamente al encontrar una bulonera (en Gorriti, aclaro) donde procedí a adquirir los objetos en cuestión, cuatro para ser mas precisos. Corrí mas rápido que Usain Bolt, crucé el puente Gorriti, subí las escaleras como Flash y me sumergí de lleno en el amplio espectro de la carpintería domestica, martillo en mano, destornillador en otro, con mi hercúleo torso desnudo y mi esqueleto de adamantium para darle rienda suelta al ensamblado de las partes del futon mientras las gotas caen por mi frente.
Usando mis viejos conocimientos aprendidos gracias al mecano y el rasti inserto 1, ajusto, inserto 2, ajusto, inserto 3, ajusto, inserto 4 y ajus... ajus...¡¡Ajus!!...¡¡¡Pero LPMQLRPYLCDLL !!!!
La maldición del futon endemoniado salta sobre mi como un tigre de bengala asesino y clava sus asquerosas garras en el centro de mi autoestima obrera y lastima el ego dejándolo "destruyido". El malnacido perno numero cuatro rompe una estría y yo me quiero matar... ¡¡bueno!!, ¡¡no!!, ¡¡a mi no!!, ¡¡ al puton!!..¡¡Digo...el futon!!, no se, quemándolo, o haciéndolo fuego para el asado, a lo bonzo..
Luego de echar unas llamaradas por los ojos, esputar varias puteadas somatizadas en alguna erupción cutánea, una ulcera después de terminar con la botella de pisco y dar las explicaciones necesaria a la patrona de mis actos dignos de un Pichetto alterado por el no positivo de Cobos, salgo nuevamente a buscar, no uno, sino dos, o tres pernos mas, esta vez previniendo otra desazón maquiavélica.
Corrí mas rápido que Usain Bolt, cruce el puente Gorriti, llegue a la bulonera, compre los pernos, corrí mas rápido que Usain Bolt, cruce el puente Gorriti, subí las escaleras como Flash, me sumergí en el amplio espectro de la carpintería domestica, martillo en mano, destornillador en otro, con mi hercúleo torso desnudo, mi esqueleto de adamantium y todo eso como la vez anterior, pero mas cansado, idiota, estúpido e histérico, con el humor mas escaso y la acidez elevada, necesitaba una (o un, ya no se) Milanta.
Con cuatro kilos menos, finiquitado el temita de amoblar el departamento con artilugios ociosos y sintiéndome algo cercano a un Dios del Olimpo pero mas humano (porque un Dios del Olimpo no andaría martillando o ajustando con llave francesa un futon, es mas lo hubiera partido en dos con un rayo a el y al vendedor) procedo a relajarme y a llevar la digna alegría cómoda y satisfecha a mi mujer, tarea bastante comprometida, dura y difícil (como es satisfacer a una mujer, sobre todo a la tuya) que un hombre bien, bien hombre, siempre esta dispuesto a cumplir.
Esto, señores, en lo posible traten de que no salga de aquí, porque sino cualquiera va a andar diciendo que son mas hombres bien, bien hombres por colgar un cuadro, o ajustar el tornillo de una silla. Son pequeñas y pintorescas reglas no escritas (bueno, puede que si estén escritas) del mundo domestico.
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